Ya se sabe. Fue entre 1940 y 1945, entre dos millones y medio y tres millones de seres humanos fueron asesinados. En alemán, se dice Auschwitz; en polaco, Oswiecim. A poco más de 40 kilómetros de Cracovia se construyó la más perfecta máquina de matar. Su existencia impregna el siglo XX.
A la entrada, se sabe también, un cartel siniestro, cínico, decía "Arbeit macht frei" (El trabajo hace libre). Eso es lo primero que veían los judíos, los gitanos, los comunistas, los homosexuales, los deformes, los demócratas, si llegaban vivos, hacinados en los trenes del espanto. Nunca, hasta entonces, el progreso tecnológico se tuteaba con tanta sincronización con la parca.
Pero no sólo allí. Los lager, campos de concentración, de Dachau, Sachsenhausen y Theresienstadt, también ostentaban el lema nazi. Dicen los estudiosos del holocausto que la frase proviene del título de la novela del escritor nacionalista Lorenz Diefenbach, publicada en Viena, en 1873. Y dicen también que el obrero polaco Jan Liwacz, orfebre, invirtió la b de arbeit como símbolo de la rebelión de los prisioneros que conservaron su dignidad. Para completar la obra maestra del cinismo, al jefe de Buchenwald se le ocurrió completar el ingenio. Allí decía, en su pórtico, "Jedem das seine" (A cada uno lo suyo). Los patrones alemanes y yanquis, capitalistas al fin, se beneficiaron con el genocidio. Los Krupp, los Heinkel, los Siemens, los Messerschmidt, los Ford, obtuvieron pingües ganancias. Apoyados, por supuesto, por el formidable aparato propagandístico del Tercer Reich. La burguesía, bah, jugando a la plusvalía con la vida de millones de seres humanos.
Y siguen. Adaptando los métodos, lucrando sin miramientos, aunque el nuevo siglo prometa salubridad, educación y trabajo más igualitario.
En la Argentina hay esclavos. Las recientes medidas judiciales, a caballo de la investigación minuciosa del periodista de Página 12, Horacio Verbitsky, demuestran que los nazis tuvieron cría. En San Pedro y Ramallo, en la feraz pampa húmeda de Buenos Aires, se descubre que sociedades no tan anónimas y los patrones agrarios que se sienten dueños del país, someten a trabajadores temporarios a condiciones medievales. Sin agua potable, sin luz, hacinados en casetas inmundas, sin baños, pagándoles la mitad de lo prometido, sin que sepan dónde están ni como salir. Esta vez las víctimas son los pobres del norte argentino, de piel oscura, cautivos de su propia indigencia, deslumbrados por espejitos de colores de un trabajo digno, caen en las redes de cafishos laborales y son sometidos al vejamen de la indignidad.
¿Por qué ahora salen a la luz estas formas de esclavitud? Supongo que es porque empieza a aparecer, todavía tímidamente, el Estado. Como un mal calco de la barbarie nazi, también hoy los explotadores cuentan con complicidad mediática. Es que son ellos, los explotadores, los que sostienen con sus auspicios las ganancias de las empresas de incomunicación. Una mano lava la otra. Los dueños de los campos en los que se produce esta barbarie son la cría de la oligarquía que se benefició con el extermino indígena perpetrado por Julio A. Roca y sus muchachos.
También aquí, en nuestra Mendoza, los trabajadores ajeros son humillados por patrones anónimos y no tan. Osvaldo Bayer y Vicente Zito Lema, entre otros, lo han denunciado con escasa repercusión.
Si, el trabajo hará libre y le dará a cada uno lo suyo cuando sea más dignidad que plusvalía.
Hola Julio!. Sí, es algo que debe terminar. Es decir, lo que yo llamo la "dinámica del exterminio".Por cierto, me gustaría que no ocurriera todavía en Irak y Afganistán. Si pasa aún, no es como lo que hicieron los nazis. Sirva de tímido consuelo.¿No?.Ah...también es fea la explotación de niños en el trabajo. Un saludo de Olfi.
ResponderEliminar