Como ha sucedido tantas veces en la Historia, el grito vital surgió desde las entrañas de la tierra. Los treinta y tres obreros sepultados bajo los escombros de la mina San José, en Copiapó, Chile, están logrando, además de un extraordinario ejemplo de solidaridad y supervivencia, una rareza social: la unanimidad. Todos, absolutamente todos, deseamos y necesitamos saberlos vivos, unidos y volviendo a ver la luz natural.
Algunos, los más, porque son nuestros prójimos, porque son las víctimas explícitas de un sistema de explotación que, con tal de magnificar la renta, es capaz de cagarse en la dignidad humana. Seguramente tienen nombre y apellido los responsables de haber producido este desaguisado. Pero desenmascararlos será tarea posterior. Por ahora hay que rescatarlos. Después se verá.
Los otros, los menos pero poderosos, sobrevuelan el desierto chileno como lo que son. Aves de rapiña, con cámaras, micrófonos y calculadoras que anticipan a cuánto venderán el segundo de televisión y radio, o cuántos ejemplares venderán del best seller de ocasión. Ya pasó con los rugbiers uruguayos caídos en la cordillera, hace varios años.
Escribo estas líneas unas horas antes de que Cristina Fernández, nuestra presidente, dé a conocer el informe que desnuda el origen espúreo, perverso, de la empresa Papel Prensa S.A. Nacida en sesiones de tortura a Lidia Papaleo de Graiver, bendecida por nuestra santa madre católica, con el brindis de Jorge Rafael Videla, Ernestina Herrera de Noble y algún retoño del árbol genealógico de la familia Mitre, el informe no logrará alcanzar el reconocimiento unánime.
Y está bien que así sea. Los protagonistas del mayor genocidio de nuestra historia, y sus cómplices, dirán que el informe es un relato inventado. En realidad, ya lo están diciendo. Dirán, como anticipó irresponsablemente la señora de los patitos desordenados, que es un paso más hacia una forma de terrorismo de Estado (¡sic!) y dirán y dirán y encontrarán alimañas funcionales que declararán que Lidia Papaleo miente y que, como dijo Etchecolatz del maestro Bravo, le hacían masajes en la planta de los pies.
Alguna vez declaré públicamente que comprendía y hasta justificaba el odio de Magnetto, Mitre, Vila, Manzano y sus secuaces. Lo dije en ocasión del debate por la Ley de Servicios Audiovisuales. La desmonopolización debe joder, y mucho, al monopolizador. Por eso los entiendo. Pero lo que resulta inadmisible es que su enojo se haga en nombre de la libertad.
Felizmente, no habrá unanimidad esta vez. Subir este escalón en la construcción de una mejor ciudadanía DEBE molestar a los más poderosos. Y habrá que recordarles a los empleados del monopolio (con ropa de políticos, con capelina de diva, con micrófono incorporado o disfrazado de chacarero vacuno) que la tortura no es materia opinable. Que en estos casos si hay unanimidad, ¿o no?
Muy bueno Julio. Un abrazo. Rafael
ResponderEliminarDE LOS QUILAPAYUN
ResponderEliminar" A LA MINA NO VOY "
Y aunque mi amo me mate
a la mina no voy
yo no quiero morirme
en un socavón.
Julio: me recuerdas a Catón el Censor. Ayúdame con los detalles. Hasta ellos no alcanza mi memoria. Hay en tu parlamento, el cuestionamiento del justo. A veces, no puedes evadir esa ironía que adereza tus escritos, con la red de oro fino que el talento provee.Me alegra que tus verdades se reflejen en este medio de comunicación.Que muchos lean lo que escribes. ¡Bienvenido,periodista sagaz y escritor agudo! Sara.
ResponderEliminarJulio:sabes que mis escritos son históricos, novelados, poemáticos o ensayistas. Luego, tus temasa veces, me exceden. No en su comprensión. Aprendí de vos, largo tiempo ha, que una crónica no es una novela. Parece una enseñanza breve. No se advioerte a simple vista, la profundidad del concepto literario. Siempre lo recuerdo. Nadie de quien haya aprendido algo en forma directa y generosa, se borra de mi registro. Sara.
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