Escrito por Rodolfo Braceli
07-05-2010
Que no, que no se apague “El Candil”. Sería una vergüenza. Sería el triunfo de la indiferencia activa o de la censura encubierta, si se apaga. Porque la indiferencia suele ser peor que la censura.
Pero “El Candil” se está por apagar, a punto de cumplir sus 15 años de alumbradora vida. Retomo conceptos que escribí aquí hace cinco años:
Hay fuegos y fuegos. Fuegos criminales (fuegos de mierda).
Y fuegos alumbradores (fuegos de vida).
En el próximo noviembre del año 2010 después de Cristo, en nuestra bella y contradictoria Mendoza, “El Candil” debe celebrar sus 15 (quince) años de siembra. Prodigioso caso de fuego alumbrador. Por hacedor.
Digamos rápido que “El Candil” es un programa de radio, semanal, que por años salió por Nihuil y después por Universidad y últimamente por Libertador. Julio Rudman, su conductor, con el fervor de la tenacidad, informó, comentó, analizó, conversó las cosas del leer y del mirar y del escuchar. Literatura, artes plásticas, música, teatro, cine, pensamiento. Un programa cultural mas no culturoso.
Un espacio que convocó a cientos de famosos y de no tan famosos. Un sitio para el aguante, para la resistencia, en años en los que arreciaba el deportivismo, el divertimento alienante, la frivolidad convertida en medida de todos los cosos y de todas las cosas.
Rudman, con “El Candil”, tejió la inusual hazaña de la continuidad.
15 años es mucho menos que nada. Pero depende en qué terreno se hayan sumado esos años. En un programa radial, dedicado por entero a los hacedores culturales, 15 años valen tanto como un siglo. Porque se trata de remar contra la indiferencia, contra la costumbre de la queja estéril, contra esa desesperanza que empezó a licuarnos la sangre en la década pasada, la feroz década del saqueo, de la promiscuidad moral, de la apoteosis de la frivolidad. Cuando no sólo se vendieron las joyas de la abuela sino a la abuela también. Cuando teníamos relaciones carnales.
Cuando nos convertimos en un agujero con forma de mapa y perdimos hasta la vergüenza.
Vale la pena, vale la alegría recordar cómo celebró “El Candil” su décimo cumpleaños. Trayendo a Rep, a Mempo Giardinelli, a Horacio Verbitsky, a Liliana Herrero; haciendo un festival de tango joven en la plaza Independencia y un recital de poemas de Juan Gelman con Cristina Banegas y Claudio Peña. Nada menos.
Con semejante convocatoria se enarbola una feria del libro.
Esta excepcional movida, ¡qué ejemplo resulta para cierto tipo de funcionarios (sonoros al cuete) que, desde el fondo de los tiempos justifican su abulia e inacción argumentando que no tienen “presupuesto”! Eso es verdad, no lo tienen.
Sobre todo no tienen presupuesto imaginativo. No eructan una idea ni por casualidad. Son parejos en su mediocridad.
¿Y cómo hizo Rudman para concretar aquella extra-ordinaria movida? Salió a buscar espónsores por aire, mar y tierra en la provincia y en Buenos Aires: universidad, municipalidad, prepagas, editoriales, restaurantes, bodegas. A pulso consiguió un milagro que no sucede por milagro.
Volvamos a un tema muy nuestro. Mendoza tiene una vergonzosa tradición de fuegos fundamentalistas, parientes de Inquisición. Largo sería censar los fuegos aniquiladores.
Si me permiten: esto lo aprendí en carne propia, cuando en 1962 se prohibió y se quemó detrás de la casa de gobierno mi primer librito, “Pautas eneras”. Saliendo de lo personal, recordemos el fuego que mordió los cuadros del Julio Le Parc, ya consagrado en la Bienal de Venecia. Y el fuego que incendió una, dos, tres veces el quiosquito callejero de libros del poeta Víctor Hugo Cúneo. Al final Cúneo se prendió fuego él, un día de perfecta primavera, en la Plaza Independencia. Y adiós.
Pero estamos en una perpetua pulseada, porque Mendoza viene teniendo otros fuegos, hacedores, que sirven para darle semblante al pan. Tuvo el fuego, prodigioso, del obscenamente olvidado Gildo D’Accurzio, aquel exquisito imprentero reconocido en el mundo, que nos editó a todos, desde Di Benedetto a Tejada Gómez, pasando por Draghi, Lorenzo, Ramponi y tantos.
Desde hace 15 (quince) años Mendoza también tiene el fuego porfiado de “El Candil”. Por ese micrófono pasaron Eduardo Galeano, León Gieco, Verónica Condomí, Guillermo Roux, Osvaldo Bayer, Vicente Zito Lema, Alfredo Ceverino, Jorge Contreras, Marcela Furlani, León Rozitchner, Modesto Guerrero, Rolando Concatti, Luis Scafati, Daniel Divinsky, David Viñas, Pedro Aznar, Lito Vitale, Chango Farías Gómez, Juan Falú, Mempo Giardinelli, y siguen las firmas.
Ah, y gente de color, como El Negro Fontanarrosa. Ah, y un premio Cervantes, como Juan Gelman.
“El Candil” fue candil en la transición de dos siglos, cuando parecía que la digestión era entre nosotros la única forma de la conciencia y el eructo la única forma de expresión cívica.
“El Candil” fue candil en años donde teníamos cinco presidentes en una semana, cuando eramos tripulantes del país- Titanic, cuando nos hacíamos gárgaras con el Apocalipsis y pronunciar la palabra “esperanza” era cosa de ingenuos, por no decir, de reverendos güevones.
Posdata. Pueda ser que pronto radio Libertador encuentre espacio para “El Candil”. Nos dice el diccionario que el candil “es la lámpara más antigua, más primitiva que se conoce”.
Es la cordial lámpara de la paciencia. En nuestra Mendoza está encendida. Julio Rudman, con su tenaz entusiasmo, ha hecho de esta lámpara una linterna. Su fuego porfiado alumbra el otro páramo: el del hondo abismo que cavan los monicacos inútiles y los indiferentes. Ese fuego radial no debe apagarse. Sería una lástima, una pena, una obscenidad, una vergüenza. En otras palabras, sería un crimen de lesa indiferencia.
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