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sábado, 21 de agosto de 2010

Patricia

La conocí antes de conocerla. Supe de ella a través de su investigación periodística en la que develó las comunicaciones internas entre Pinochet y sus secuaces, el funesto 11 de setiembre de 1973. Luego, al poco tiempo, vino a Mendoza invitada por mí,a la Feria del Libro, junto a Mónica González, la otra inmensa colega chilena. En realidad, vinieron en días distintos. Mónica, autora de "La Conjura", la más formidable obra acerca de los mil días previos al cuartelazo pinochetista, estuvo cenando en casa, junto a Graciela Gliemmo, en una noche inolvidable por más de un motivo que no viene al caso. Con Mónica me une un lazo ego-extraordinario. Ella, la multipremiada con justicia, me hizo ganar el Radio Francia Internacional de 2002, precisamente, por mi reportaje a propósito de su libro. Por supuesto, aún la amo, la admiro.
Con Patricia sucedió distinto. Nos conocimos en Mendoza y fue como si siempre. Ella, militante infatigable por los derechos humanos, demócrata cristiana, que le puso a su tercer hijo, José Manuel, en homenaje al militante comunista José Manuel Parada, quemado vivo por la dictadura en una calle de Santiago: ella, cuyo padre fue un cadáver arrojado a las aguas barrosas del Mapocho: ella, que en "Bucarest 187", relata con las vísceras el desgarramiento familiar por el asesinato del padre y el compromiso de un hermano con las fuerzas pinochetistas.
Patricia Verdugo, de ella hablo, claro, nos abrió las puertas de su amistad, jubilosa y luminosa como su casa de La Reina, que fue nuestro hogar en Santiago. Patricia, la querida Patricia, que tuvo la misma dignidad para enfrentar el cáncer y morir como vivió. La que nos llamó para celebrar la vida en Tunquén y despedirse de nosotros, cocinando un pescado chileno, con un vino blanco cristalino como su vida, de cara al no tan Pacífico.
Patricia trabajó en la Vicaría de la Solidaridad, que la Iglesia Católica de Chile, puso al servicio de los perseguidos, los humillados. Estuvo cerca, seguramente, del Cardenal Silva Henríquez y, como él, se jugó el pellejo, sin ostentación, sin estridencias.
Hoy, la jerarquía católica de Chile, busca clemencia para aquellos genocidas "arrepentidos". ¿Qué significará eso? Quisiera conocer a alguno que en acto, no de blableta, produzca gestos de arrepentimiento.
Es una lástima. Siempre tuve la esperanza de que nuestra jerarquía católica se contagiara de la dignísima conducta de la chilena, durante la dictadura. Hoy veo que fue al revés.
Por eso me acordé de nuestra querida Patricia. Porque me hacía falta una brisa de indignada dignidad.
22-07-2010

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