Cumplo en informarles, mis queridos lectores. No hay más gorilas. No quedan más, al menos por estas playas. Quedaron todos en la niebla, con Sigourney Weaver.
Los de hoy, son todos orangutanes. Cómo se produjo esa mutación genética, es un misterio y ya no está aquel fantástico antropólogo urbano, personificado por Tato Bores, para develarlo.
Nuestro país, siempre a la vanguardia de las modas científicas, y si vienen de los centros del mundo mejor aún, tiene a nuestros orangutanes, sueltos. Usted vio, lector, que los jardines zoológicos son, ahora, una rémora decimonónica en la que se maltrata y humilla a nuestros hermanos francisquitos de asís. Y en el de Mendoza, ni les cuento.
La patria bicentenaria tiene orangutanes diversificados (y más de uno versificado, también). Quiero decir que los hay manejando taxis, en la cola de los bancos y en sus gerencias, en la fila del supermercado y, sobre todo, en sus gerencias. Los hay en consultorios y estudios jurídicos, los hay en redacciones de diarios, direcciones de radios y canales de televisión. En fin, no hay actividad humana que escape a esta mutación zoológica. Inclusive los hay que publican libros.
Pero, a decir verdad, hay ejemplares más destacables. Orangutanes cuyas directrices siguen, casi ciegamente, los orangutanitos ut supra mencionados. Doy ejemplos.
- Orangután marianucus grondonicus, más conocido por su devoción por el uniforme militar y su apego a la comunión diaria.
- Orangutanes cabezones que trafican con las ilusiones conurbánicas.
- Orangutanes efedrínicos de pelaje color zanahoria. Se lo encontraba en la selva colombiana y migró, lamentablemente.
- Orangután apocalíptico, rara especie teñida, con escapulario y mirada extraviada.
- Orangután cheto, con casa en Punta del Este y rosas rococó rosadas hasta en el bidet.
- Orangutanes con sotana y con kipá.
- Orangutanes que se suben a un árbol, preferentemente un pino, y escupen con el colmillo izquierdo. Son, tal vez, los más hábiles y peligrosos, pero cuando tienen la oportunidad de gobernar la manada, arrugan.
- Hay orangutanes que son un chiche, pero mejor no jugar con ellos.
- Los ejemplares que fornican con oranguatanes bebés y jóvenes, son amparados, a veces, por sus congéneres, con actitudes vomitivas. Últimamente se han conocido casos que obligaron a sus superiores a simular enojo.
A diferencia de los gorilas, que peleaban por sus hembras, los orangutanes pelean contra una. Sin embargo, cometen dos errores. El primero es que, felizmente, son tan ambiciosos que luchan cada uno para si mismo. El segundo es que la hembra contra la que luchan no es orangutana, es gacela, y les lleva la ventaja sustancial de estar acompañada por los animales más nobles de este bosque que somos.
20-05-2010
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