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sábado, 27 de abril de 2013

La culpa no es del chancho

"Ayer soñé con los hambrientos, los locos..."
 Charly García


Me adelanto a las críticas que espero recibir por este textículo. Que no se debe generalizar, que no es políticamente útil regalarle la clase media a la derecha, que lo mío también es odio de clases. Entre otras. Pero, para ser bien preciso, les digo que sí, que tienen razón y más.
La ciudad de Buenos Aires, amada, húmeda, discriminadora, lujuriosa a veces, culta y culturosa, oscura y luminosa, sucia y perfumada, siniestra y libertaria, en fin, nuestra, tuvo un revival al mejor estilo 76-83. Su policía atropelló a periodistas, legisladores, trabajadores e internos del Hospital Interdisciplinario Psicoasistencial "José Tiburcio Borda". Aunque fue fundado el 11 de noviembre de 1865, se denomina así desde 1957 en honor de quien fuera el titular de la Cátedra de Psiquiatría de la Universidad de Buenos Aires. La represión (ni incidente ni enfrentamiento, como titulan los medios dominantes) tiene antecedentes. La intención del cuerpo de élite de cuarta que dirige los destinos de la ciudad es construir en ese predio un fabuloso emprendimiento inmobiliario, solapado bajo la excusa de trasladar allí las oficinas gubernamentales capitalinas.
Lo que mostraron las imágenes de la televisión me exime de explicaciones, así que vayamos al grano. Los antecedentes son casi un manual del olvido. Al menos para buena parte de sus habitantes (estuve tentado de escribir ciudadanos, pero me contuve, por suerte). En diciembre de 2010, represión y xenofobia en el Parque Indoamericano; los tarifazos en el servicio de subterráneos; el desalojo violento de la Sala Alberdi del Teatro San Martín; las palizas y humillaciones a personas en situación de calle, incluidas embarazadas y menores, son sólo ejemplos aislados de un formateo cultural y político de los gerentes de turno.
Es que los locos no votan, los jóvenes parece que "no mueven la aguja" (al menos eso creen ellos), los artistas son una minoría que, en algunos casos, tiene precio (y barato, para colmo) y, ya se sabe, los paraguayos, peruanos, bolivianos y chilenos tampoco votan.
Viven allí seres que amo. Mi hermano mayor y su familia, amigos y amigas eternos y admirados escritores y escritoras, colegas ejemplares. Bajo ese paraguas me animo a decir que los porteños, en general, no utilizan los servicios de la salud ni la educación públicas, y que, si bien viajan esporádicamente en subterráneo, pueden prescindir de él sin mengua de sus bolsillos. En resumen, la Capital de la República Argentina no es una ciudad para pobres y, como quedó demostrado en las últimas elecciones, al 60% de sus electores no les importan esos pobres.
Alguna vez conté este episodio. Me sucedió hace más de 5 años. Y si lo reitero hoy es porque creo que el personaje del bochorno que voy a recordar es un paradigma de lo ocurrido esta semana. Bajábamos por las escaleras de una estación de la Línea B del subte porteño. Mi hijo apresuró el paso para comprar los boletos correspondientes. En el descanso yacía un desecho humano, un prójimo abandonado por la vida, en harapos, pidiendo limosna, entre lamentos y a viva voz. A mi lado pasó un señor de más de 50 años, gordo, semicalvo, casi rubio, caucásico, de maletín negro y camisa blanca, en fin, un típico comerciante, un homo mercantilis que, imaginé, tendría casa de fin de semana en un barrio privado en las afueras de la urbe, temeroso de la pérdida de virginidad de su niña adolescente, cliente de algún prostíbulo de categoría, devoto creyente de cualquier monoteísmo, turista anual en alguna playa del Caribe y otros estereotipos varios. Al pasar al lado del yacente le preguntó, con sorna y esa capacidad tan auténtica que tienen los burgueses pequeños pequeños para creerse superiores y parecer chistosos, si tenía vuelto de 100 pesos. Y siguió su marcha, satisfecho por su ingeniosa manera de creerse más. A ese porteño no le importa que le rompan la cabeza a un enfermo psiquiátrico. Es más, mientras come sushi en Puerto Madero y ostenta su tarjeta de crédito vip, festeja.
Ese porteño es el que le da de comer al chancho.
Si, como dice Cristina, el amor vence al odio, déjenme decirlo sin eufemismos. Los odio amorosamente.

lunes, 22 de abril de 2013

Se demora, pero llega

 "De lejos dicen que se ve más claro"
  Joan Manuel Serrat


Fue muy importante en mi vida. En nuestras vidas. Llegaba todos los días a media mañana, excepto domingos y feriados. Pedaleando incansablemente con su bolsón de correspondencia gordo, marrón y gastado. Se llamaba, o se llama, creo que aún vive, Alfredo Cañas, Cañitas. Cartero, zapatero remendón y músico. Un personaje, querido por el vecindario de la Cuarta Sección de la ciudad de Mendoza. Alto, musculoso, de mandíbulas rotundas y sonrisa plena, Cañitas me traía una carta diaria de Celia (nos escribíamos invariablemente todos los días. Ella desde Buenos Aires y yo desde acá), entonces mi novia y hoy mi compañera hace ya casi cuarenta años.
Dejaba la bicicleta y su preciado tesoro amurados al portón del garage de casa y comenzaba un ritual casi cotidiano. A veces un café, otras un vino oscuro y espeso, siempre la charla franca, matizada de política, fútbol, música y mujeres. No era, precisamente, un chismoso, pero además de las cartas llevaba y traía mensajes orales de aquí para allá. Tocaba la guitarra eléctrica en un grupo que se llamaba Los Planetas o Los 4 Planetas, no recuerdo bien. Y completaba sus ingresos mensuales con el oficio, hoy casi en extinción, de zapatero, como ya conté.
Amanecía la década del setenta. Había fervor militante (como ahora) y delirios militaristas. Comenzaban las pruebas que el Consenso de Washington hacía para sojuzgar las voluntades democráticas del continente. Era destituido y moría Salvador Allende y con él moría también el primer intento de construir el socialismo sin recurrir a la sangre derramada. Hoy, con sobresaltos y asechanzas interminables, hemos retomado ese camino sembrado de mártires y héroes. En fin, pese a los dolores, recuerdo esa época como la de la formación de los principios que nos guían. Cuba era flamante esperanza y aún brillaban los ecos del Cordobazo, el Mendozazo y sus banderas al viento.
Hoy llegan pocas cartas. Apenas algunas boletas de servicios para pagar, mentirosas publicidades bancarias, paquetes de libros y resúmenes de cuentas, son traídos por Eduardo, también en bicicleta y acompañado siempre por el Negro, un perro petiso, lanudo y amigo.
Quiero imaginar la escena que vivió Hebe, en su casa de La Plata, cuando Florentino, supongamos que le llaman Tino (invento un nombre que ya no se usa porque el momento que relato se me hace ficción), su propio Cañitas, le golpeó la puerta al grito de "Hebe querida, ¡te llegó carta del Vaticano!". Él, pobre, no sabía que era respuesta a una que ella le había enviado a Francisco para felicitarlo y reconocer (si algo no se le puede reprochar es su inclaudicable franqueza y honestidad) que nunca supo de su actitud pastoral, cuando todavía era un tal Bergoglio. En esa misiva (sí, ya sé, misiva suena burocrático y almidonado, pero trato de evitar las repeticiones, como me enseñan mis correctores de estilo) nuestra Madre le contaba que cuando ellas pasaban por la Catedral reclamando por la aparición con vida de sus hijos sólo recibían desde su interior un silencio que dolía, que duele.
El mensaje del Papa es respetuoso. Inclusive, me animo a considerarlo pleno de ternura, cariñoso. Enhorabuena, claro que sí. Después de todo, el servicio postal de la Santa Sede empieza a mejorar. Se han demorado casi cuarenta años en reconocer el dolor de nuestras Viejas amadas, su infatigable lucha pacífica, su dignidad ética y épica.
A Galileo Galilei la carta de disculpas le demoró en llegar apenas 379 años. En 1630, la Inquisición lo censuró por su defensa de Copérnico, pero en 2009 el Vaticano informó que se retractaba. Claro, don Galileo ya era ilustre cadáver, pero cadáver al fin. Ni se enteró.
Treinta años antes, el 17 de febrero de 1600, Giordano Bruno fue quemado vivo, acusado de herejía, en Campo dei Fiori, cerca de Roma. Un día antes de cumplirse los 400 años del fuego sacramental la Iglesia le envió una carta para pedirle disculpas. Tarde, otra vez. Ni las cenizas quedaban para recibir el mensaje.
Por eso digo que han mejorado sensiblemente el servicio de correo postal. 37 años es apenas una bicoca.
Así que ya sabe, si espera carta de allá, haga como yo hacía con Cañitas. Busque un lugar cómodo, prepárese un café, elija un libro interesante, ponga en el equipo de audio ese bolero tan apropiado que dice "Espérame en el cielo, corazón..." y mire el almanaque cada tanto. Si prefiere, tome un vaso, abra ese Malbec que tiene reservado para ocasiones especiales, o ese Torrontés bien frío que le regaló Roberto. Mire, ahora que lo pienso, y para que conserve su coherencia y su paciencia, empine un Tardío helado (sin hielo, por favor) que el cartero de Dios se demora un poco, pero parece que llega.

jueves, 18 de abril de 2013

Si se calla el doctor

Nunca me gustó demasiado. Aún antes de declarar, con esa risa franca y luminosa que lo identifica desde siempre, que era un "menemista de izquierda". Lo dijo y a nadie se le ocurrió hacerle un test de alcoholemia. Es que Horacio Guarany (o Heraclio Rodríguez, según su documento oficial) siempre fue así. Le escribió una bella canción al gran Benito Marianetti y otra al querido Ángel Bustelo (le tuvo que cambiar el nombre porque los milicos se lo exigieron), le cantó a Santa Cruz y pidió que no se calle el cantor para que no calle la vida. Nunca me gustó y sin embargo lo quiero.
Aclaro que éste no es un homenaje, es apenas la introducción para explicar y tratar de explicarme por qué hay personas (dirigentes políticos y sociales, en este caso) que dilapidan su trayectoria en poco tiempo.
Que los derechistas explícitos pongan toda la carne en la parrilla, incluido el vacío, ni me sorprende ni me preocupa. Eso son y para eso están. Viven alimentando su odio de clase y tratan de contagiarlo. Tienen herramientas, cacerolas. Soldados de cartón, showmans, amplificadores de mentiras y tergiversadores profesionales a sueldo. Hasta cacerolas tienen.
Entonces, inesperadamente, se me activó el músculo de la paráfrasis. Según mi anatomopatóloga preferida, el susodicho se ubica en el flanco trasero del hombro izquierdo y se pone en marcha cada vez que alguien (generalmente, un señor o una señora que, con el ceño fruncido y dándose manija con el dedo índice apuntándome) encara una cámara y, precisamente, con cara de yo-te-digo-la-justa se manda una burrada monumental (sí, grande como el estadio millonario). Es el caso del doctor Hermes Binner, líder oblicuo del FAP, Frente Amplio (o Angosto, como usted prefiera) Progresista (si es que). Poco después de las elecciones de octubre de 2012 que ratificaron el liderazgo de Hugo Chávez en Venezuela, el hermético dirigente socialiode santafesino confesó que él hubiese votado por el candidato derechista Henrique Capriles Radonski, en el supuesto de haber nacido venezolano (a varios compañeros de la revolución bonita los vi hacer cuernitos). Lo expresó ante el periodista militante corporativo Alfredo Leuco y ante cámaras de televisión, obvio. Al interior de su agrupación se armó un despelote, fugaz, pero despelote al fin. Un despelotito, digamos. La cuestión es que algunos trataron de despegarse, aunque sea un poquito. Después de una siesta reparadora, reflexionó (no le pidan mucho) e intentó aclarar, oscureciendo. "Fue una respuesta rápida", dijo. Como si rapidez y lentitud fuesen categorías aptas para medir la sinceridad o la impostura.
No conforme con ese protagonismo mediático, en estos días de nuevas elecciones bolivarianas, cargadas de conspiración, golpismo fascista, agresión, odio y muerte, reincidió. Según el exgobernador de Santa Fe y una de las esperanzas blancas del neoliberalismo vernáculo, los asesinatos de hombres y mujeres chavistas a mano de las hordas convocadas por el candidato derrotado serían un producto lógico derivado de los gobiernos populistas. O sea, que Venezuela haya sido país declarado libre de analfabetismo, por ejemplo, es causa directa de las muertes de ocho latinoamericanos. Si a usted, lectorcita aterciopelada, le resulta raro y le provoca esa sensación mezcla de náusea, carcajada y rabia, es normal, quédese tranquila, sus hormonas funcionan bien. Y las mías también, pero no le estoy proponiendo nada.
Esta vez, sus correligionarios no emitieron sonido audible. Es decir, acordaron.
Por eso me acordé de don Horacio y se puso en marcha mi músculo de la paráfrasis. Abrazado a un imaginario afiliado socialista de verdad (que los hay, no muchos, pero hay) cantamos, con letra adecuada y sin gritar como el autor originario: "Si se calla el doctor/ brilla la vida..." Y, por favor, que no se sienta censurado. Simplemente, es un consejo para evitar una patología de moda entre cierta dirigencia política nacional, el sincericidio.

miércoles, 17 de abril de 2013

Vacío, pero llenos

La ciudad de Mendoza está plagada (sí, parece una plaga) de afiches que, textualmente, dicen: "Es la hora. Es ahora. Vamos, todos". El intento de protohomenaje a la historia de la filosofía occidental está firmado, con retrato incluido, por Carlos Aguinaga, retoño de un árbol genealógico del Partido Demócrata provincial, organización política de derechas, cómplice y semillero local de cuanta dictadura supimos soportar a lo largo, lo ancho y lo profundo en el siglo XX. Pero hay más. La decana de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional de Cuyo, Graciela Cousinet,  miembro de Libres del Sur, que integra el Frente Amplio Progresista, ese engendro socialdemócrata, también nos sonríe desde afiches que rezan su nombre seguido del enigmático mensaje "Mendoza con voz". El pionero de esta fiebre afichística parece ser Francisco de Narváez con su "Ella o vos" que, creo, aún no llegó a estos medanales.
Pues bien (o pues mal), la cuestión es que, aunque usted cave con una pala mecánica y contrate al glorioso Equipo Argentino de Antropología Forense, no podrá encontrar nada sustancial en esas pseudopropuestas. Son el vacío mismo. Tal vez no les dé la cara para desenmascarar sus verdaderas intenciones, su ideología, o no sean capaces de hilvanar más de media idea concreta. Salvo Cousinet que, para triste sorpresa de muchos que la conocemos (o eso creíamos) desde hace tiempo, posa en una foto junto a personajes de la derecha mencionada en el cuarto renglón de este textículo, como el diputado ganso Omar De Marchi. Una vergüenza.
Todo semeja un fárrago retórico, como el exabrupto de aquel productor agropecuario santafesino que, en una asamblea del sector, propuso destituir y hacer desaparecer a este gobierno y sus funcionarios. Destituir dijo, como en la chirinada de 2008 por la Resolución 125; desaparecer agregó, como en la noche tétrica del contubernio burgués terrorista de 1976-1983. Todo ante el silencio amable de dirigentes de la llamada Mesa de Enlace, enlazados al diputado nacional Jorge Chemes, un pollo de Margaret Stolbizer, quien ya en 2009 había anticipado cierta práctica de la ternura de clase: "Como en la guerra, hay que ir matando a los de la primera fila. Hay que barrer a la mayoría, a la mugre, para después sí empezar a remar", declaró entonces. Heidi y el abuelito en una misma persona.
Pero que no es simple retórica lo demuestra don Sebastián Fagundez, otro garcoagropecuario de la zona. Fanático de las armas y admirador del genocida Videla, el tipo tiroteó el vehículo en el que viajaban inspectores fiscales, a fines de marzo pasado. Está en cana, como corresponde.
También debería estar preso un tal Henrique Capriles Radonski, instigador de un Golpe de Estado en Venezuela, intento que parece haber sido abortado por la sabia estrategia del presidente Maduro, la defensa del propio pueblo bolivariano, la solidaridad de los dirigentes progresistas de Sudamérica y el sacrificio de, por lo menos, siete mártires. Aún esperamos que Barack Obama reconozca la transparencia del proceso eleccionario, como le pidió Cristina,  y le ordene a su subalterno Capriles a que ejerza sus derechos por la vía legal y abandone la insurrección. Eso, sin dudas, descomprimiría la situación.
A las propuestas que son el vacío mismo, (la hora, ahora, voz, vamos, todos, ella) las llenan de odio, muerte en grado de deseo y muerte fáctica también,  Es que están tan vacíos de amor al prójimo como llenos de odio y rencor por el ascenso social, político, económico y cultural de numerosos seres que, por obra de sus gobernantes y por militancia propia, están comenzando a ocupar el espacio que los fabricantes del vacío siempre les negaron, el de la dignidad. Acá y en Venezuela.
Mientras tanto, Francisco oró por los muertos y heridos del maratón de Boston.

martes, 9 de abril de 2013

Ya no sos mi Margarita

Cuando leí lo que leí me subió la espuma. Ahora, más tranquilo, puedo razonar y reaccionar como corresponde: Francisco, sos un hipócrita, un maleducado, un burgués asotanado con ADN multinacional y has humillado no sólo a las víctimas, excombatientes y a los familiares sino a todos los pueblos de Latinoamérica.
Ya está, ya descargué, hice catarsis. Hice, en síntesis, lo que no se debe hacer, periodísticamente hablando. Pues, me cago en eso.
Bergoglio, mutado en Francisco, ha dicho, refiriéndose a la fenecida Margaret Thatcher que cabe destacar "sus virtudes cristianas". Veamos algunas de esas virtudes, desarrolladas a lo largo de sus 87 largos años de vida. Demasiados para mi estómago.
Cuando fue ministra de Educación en Pirataland, entre 1970 y 1974, suprimió la copa de leche en las escuelas públicas y autorizó los castigos corporales a los alumnos. Primera enorme virtud cristiana.
Haciendo profesión de fe, cristiana por supuesto, privatizó todas las empresas públicas inglesas, redistribuyó los ingresos a favor de los poderosos, desreguló la economía y combatió a los sindicatos obreros. O sea, más cristianismo en estado puro.
Protegió a un demócrata y republicano chileno llamado Augusto. Es decir, tuvo amor por ese prójimo, asesino de Víctor Jara que, como era comunista, no merece la tristeza y la plegaria del jesuita.
El 2 de mayo de 1982, a las 16, el submarino nuclear inglés Conqueror, torpedeó y hundió el crucero argentino General Belgrano. Éste navegaba fuera de la zona de exclusión determinada por Gran Bretaña, durante la llamada Guerra de Malvinas. La orden partió del despacho de la, según Francisco, virtuosa cristiana señora Thatcher. El gesto caritativo se llevó 323 jóvenes argentinos al fondo del mar. Un detalle más que estadístico indica que, a abril de 2012, superan ya el número de 500 los suicidios de combatientes en las islas. Y como ratificación de su bondad declaró, muy oronda y bien peinada, que lo volvería a hacer.
Como en aquella célebre película española (Carlos Saura, 1976), crió cuervos: José María Aznar, Tony Blair, El imberbe David Cameron, los Bush, Sarkozy y nuestro nunca bien insultado Carlos Menem. Y ahora, después del pedido presidencial argentino para que interceda ante la terquedad del discípulo ingles de la finada, se suma el doblemente cuervo arzobispo de Roma y jefe vaticano global.
Pudo haber dicho tantas cosas, pero prefirió destacar esas "virtudes" que hacen de Margarita un verdadero ícono paradigmático del Consenso de Washington, el neoliberalismo y su cara más criminal y perversa.
Esta cristiana ejemplar, criada metódicamente metodista, amante de la libertad de mercado, baluarte mundial de la lucha contra el comunismo (junto a Woytila y Pinochet) es llorada por quien, nos quieren hacer creer, viene a reconciliar a la Iglesia católica con las buenas causas. Hasta ahora, minga. Ni Murias es beatificado, ni los archivos abiertos (hoy se supo, gracias a Assange y su equipo, que el Vaticano supo, cuatro días después, quién había asesinado a los curas palotinos en julio de 1976), ni von Wernich expulsado de su seno. Apenas el gesto del dedito índice levantado para retar a los curas pedófilos. Es que, como se sabe, producen gastos y la guita no sobra.
Para nosotros, sudamericanos, sólo la burla de despedir a una criminal de guerra como si hubiese pasado por esta Tierra como un hada buena.
Rápidamente, la prensa seria se ocupó de destacar los detalles del funeral de la baronesa. Suntuoso. Como otra virtud cristiana más.

jueves, 4 de abril de 2013

Macri, ese marxista oculto

Apareció en 1883, en forma de folleto, en el periódico "L'egalité", en Francia, claro, pero había sido redactado unos años antes en Inglaterra. Era, es, un filosófico e irónico rechazo al modo de vida capitalista, a su alienación y el despilfarro de las capacidades creativas del ser humano.
Nadie, ni el más audaz de los argentinos hubiese imaginado que el primer aporte teórico de Paul Lafargue al marxismo, su libro "El derecho a la pereza", esa extraordinaria reivindicación del ocio, iba a ser el oculto texto de cabecera, la inspiración más fervorosa del dirigente de derechas que dirige los destinos de la ciudad de Santa María de los Buenos Aires (y las múltiples inundaciones).
Al yerno de Karl Marx (se casó con Laura, la hija de éste, y se suicidaron juntos en 1911: un pacto hacia la pereza eterna) le cabe aquello de que "uno nunca sabe para quién trabaja". En casi cinco años de acción (¡sic!) de gobierno, Mauricio Macri ha utilizado más de ciento noventa días de su "derecho a descansar", como él mismo declaró ante el periodista Jorge Rial. A razón de más de cuarenta días por año, un promedio que, seguramente, ninguna de las víctimas fatales y no fatales de su jurisdicción pueden empardar. Entonces, sincerémonos, no es que cada vez que sucede una catástrofe pluvial el Gerente se encuentra fuera de la ciudad; lo insólito sería que ocurra lo contrario, que la próxima lluvia lo sorprenda en su casa, con Juliana y Antonia, jugando al golf y al golfito, respectivamente. Esta vez fue en Brasil, la anterior en San Martín de los Andes, otra en Turquía y alguna otra dándose besitos, él y el rabino Bergman, con los tipos de "Kiss" en River (que queda, efectivamente, en la ciudad, pero es territorio deportivamente extranjero para el expresidente y actual patrón de Boca Juniors). Si hasta periodistas amables con él, como Alfredo Leuco y Magdalena Ruiz Guiñazú, le hicieron ver los despropósitos.
Dos o tres imágenes del naufragio. Mientras Mauri y sus secuaces hacían lo que hacen siempre, repartir culpas ajenas, el Secretario de Seguridad de la Nación, Sergio Berni, se bajaba del gomón desde el que inspeccionaba las zonas afectadas, se introducía en una vivienda y salía con una anciana llevándola alzada hasta un lugar seco y a salvo. Bien podría haber estado en su oficina, coordinando los operativos de auxilio y rescate, con cincuenta celulares y demás parafernalia tecnológica, pero prefirió ejercer la solidaridad de cuerpo presente, metiéndose en el agua hasta las verijas, como dicen los gauchos de la pampa, la húmeda y también de la seca.
Otra. Cristina entre la gente de Tolosa, su lugar de nacimiento, y el Barrio Mitre, éste último perjudicado por las obras de un supermercado que escurre sus aguas hacia las casas de la población con total impunidad, pese al reclamo judicial oportunamente iniciado. Con muy poca custodia, la presidenta y dos diputados de La Cámpora estuvieron cara a cara con damnificados, poniendo el cuerpo, como debe ser.
En fin, que uno lo imagina al alcalde en piyama a rayas (más parecido a un disfraz de presidiario) intentando leer "Le droit á la paresse" en su idioma original. Y pese a que el esfuerzo es inútil, algo como una natural sensación de clase le hace crecer la admiración por ese ser que, desde las antípodas ideológicas, le da letra y justificativos para ser como es: un ocioso, un vago, pero con respaldo teórico. Que ese respaldo provenga de un marxista y, para colmo, pariente político del padre del comunismo, lo tiene tan atormentado, tan problematizado que, dice, necesita unos días más de descanso. Por lo menos, hasta el próximo diluvio.