personalized greetings

sábado, 25 de agosto de 2012

Aurora

La muerte, ese absurdo inevitable, llegó antes de tiempo. Nos deja mutilados, sin tu acento cordobés, nos pisotea los planes, clava sus puñales en tu cuerpo y nos ensucia para siempre. Viene Tanatos y deja su marca a bordo de un auto de mierda y sus cuatro tumbos..
Esta lágrima no alcanza, lo sé, pero alguien puede llamarse Oscar (como el glorioso compañero de tu vida), Sergio, Roberto, Raúl, Julio, Leandro, Luciano, Guillermo, Víctor, Emilio, Carlos, Héctor, o Ernestina, Celia, Alejandra, Mabel, Norma, Alicia, Laura, Luciana, Graciela o Chiche, Memé, Negro, Patico.
¡Pero hay que llamarse Aurora y hacerle honor al nombre! Sólo vos. Y ya es un emblema para nosotros.
¿Preferís ser esa "luz sonrosada que precede inmediatamente a la salida del sol"?, ¿ser "principio o primeros tiempos de algo"? Elegí, nosotros esperamos abrazados a un aromo.

viernes, 24 de agosto de 2012

Burrocracia mendocina

"Paso a detallar a continuación
 el sucinto informe que usted demandó"
                                                 Víctor Heredia

En la película "The Full Monty" (1977, Peter Cattaneo) hay una escena que parece filmada en la Dirección de Rentas de Mendoza y no en un pub inglés. Mientras chupan cervezas y alcoholes varios los parroquianos se lamentan acerca de la desocupación reinante, la degradación moral y la explotación a la que son sometidos los que todavía conservan el laburo. En síntesis, padecen neoliberalismo, versión Thatcher. Uno de ellos, en silla de ruedas, cuenta que viajó a la gruta de Lourdes, en Francia, en busca del milagro que le devuelva la capacidad de caminar por sus propios medios. Es sumergido en las aguas, supuestamente benéficas, y al salir comprueba que las ruedas de la silla están relucientes, nuevas. La carcajada de sus compañeros de drinks no hace más que confirmar el absurdo: discapacitado era el vehículo y no el pobre tipo.
Te dejo pensando, bombón, y me vuelvo a casa. Mientras tomo el café número no sé cuánto, trato de ordenar lo que quiero contarte. Aparentemente, es un asunto patrimonial, pero no te confundas. Detrás de la apariencia asoma el monstruo de la discriminación.
Alguna vez fui un pequeño empresario del rubro de accesorios médicos y hospitalarios. El menemato y, en cierto porcentaje, mi propia miopía me dejaron al borde del colapso. Fin de una época que recuerdo con hiel. En 1993 compré un Peugeot 504, con esos planes tan "generosos" de cien mil cuotas. Cuando, en el 97 lo cancelé, inicié el trámite para ser eximido del pago del Impuesto al Automotor, invocando mi condición de discapacitado motriz permanente. Cumplidos todos los requisitos que exigía el Código Fiscal recibí la buena noticia.
El 27 de diciembre de 2001 (no sé si te suena la fecha) me afanaron el auto, estacionado en la esquina de Belgrano y Gutiérrez de la Ciudad, a las 10 de la mañana aproximadamente. Aunque ofrecí testigos del infausto momento, la Policía mendocina hizo lo mejor que le enseñaron a hacer. No investigó. El asunto tuvo olor a zona liberada. La hago corta. Sucinta, como pide Víctor. Con la poca guita en el corralito del perverso Domingo Cavallo, logré comprar un Duna diesel, modelo 96.
 Fue surrealista. Marzo de 2002. Pagué con papeles pintados: Petrom, Lecop y poco, muy poco, poquito, poquitito dinero prehistórico. Y aquí comienza mi sospecha de que el fantasma de Kafka me hace travesuras. Cuando quiero darle de baja al vehículo esfumado y reemplazarlo por el Dunita, la funcionaria me dice que ya tengo un auto con la exención  (se puede tener uno solo con el beneficio). Y yo, que no. Que no está más, que se lo jugaron al truco entre los chorros, algún desarmadero y la cana. En síntesis, hice juicio y lo gané. Me dicen las trabajadoras de la Dirección de Rentas que ese fue un "leading case" que, traducido del pirata al castellano, quiere decir caso líder. Y que instauró, dicen, el "principio de continuidad". Efectivamente, en marzo de 2005, vendí el fiel Dunita y compré un Gol Power, cero kilómetro. Ya estaba Néstor y el país empezaba a parecerse a un país. El trámite de baja de uno y alta del otro fue simple, ágil y sin contratiempo alguno. Claro, yo era el mismo, el que cambiaba era el automotor. Eso, precisamente, quiere decir continuidad. Pero aquí se complica el cuentito. Todos los años sucesivos fueron una meseta. Rentas me enviaba el boleto con saldo a pagar, en cero. Como soy un periodista cooptado por el kirchnerismo y, además (o por eso) un boludo, pude cambiar el vehículo, otra vez, en agosto de 2011. Yo no sabía que, en el interín, algún "genio" decidió modificar el Código Fiscal. Seguramente no le cerraban las cuentas, como dicen ciertos gerentes, y decidió manotear donde no debía. Me protege el Artículo 264, inciso d, del Código Fiscal, modificado por la Resolución General 15/08, a su vez modificado según copio (así son de sencillos estos tipos, tal vez para marearnos y meternos sus pezuñas en el bolsillo):
Art. 2º " Modifiquese el art. 3º punto 3 de la Resolución Gral. Nº 15/8 por el siguiente: "El automotor o cuatriciclo por el que se solicita el beneficio, deberá encontrarse con las obligaciones vencidas hasta la fecha de iniciación del expediente canceladas o regularizadas; situación que será acreditada al momento de la presentación con el certificado de libre deuda o estado de cuenta según corresponda".
El artículo pide que el tutú nuevo, okaeme, no tenga deuda. Hasta donde yo entiendo un vehículo que sale de fábrica, una agencia o concesionaria sale, casi por definición, sin deuda. Sólo Batman, si Robin no lo distrae con alguna de sus boludeces, puede volar desde la concesionaria hasta Rentas y presentar los papeles. Porque sucede (y si sucede conviene, dice el chanta de Ravi Shankar) que los chicos recaudatorios son rápidos para los mandados y mandan el boleto del impuesto apenas a una semana de que uno tiene el chiche en casa. Ni Kafka en "El proceso" logró hazaña parecida. Esa norma es sólo aplicable a quien inicia el trámite por primera vez y sobre un automóvil usado que, efectivamente, puede tener alguna deuda del anterior titular. Es que quienes tenemos un derecho adquirido seguimos siendo los discapacitados y no el vehículo, como en aquella escena de la película con que comencé a confundirte, morocha.
 Según la nueva normativa, entonces, debo pagar para, luego, demostrar que no debo pagar. Un amigo abogado en retiro efectivo me recordó que eso es un invento de los romanos y se llama "solve et repete" (no sea mal pensada, mi amor. No es una propuesta porno). Debo poner la guita y sentarme a esperar a Godot que, como el tío Samuel lo dijo, no llega nunca. Después de solicitar asesoramiento en un club surrealista, comprendí. Esa legislación, vorazmente recaudatoria, es una rémora del menemato. Es más, tengo que volver a presentar certificados médicos que acrediten lo que ya está acreditado. (Claro, luego de pasar por Caja) Tan acreditado está que, en octubre de 2009, inicié el camino burocrático ante ANSES para obtener el retiro por discapacidad. La trayectoria fue normal. Me sometí  a una Junta Médica y en febrero de 2010 ya cobré mis primeras mínimas. El médico que me recibió y revisó confesó que no conocía mi patología (no, bombón, no se refería a mi comunismo hormonal, sino a la artrogriphosis congénita). Es decir, una institución  pública nacional otorga un beneficio y una provincial, en la misma situación, lo entorpece. El expediente N° 13989 - R - 2011 ámbito 01134 está detenido en el 1° Piso de la repartición burrocrática desde marzo del año en curso, custodiado celosamente por la Sra. Paratrássssssss (probablemente inspirada en el personaje de Gasalla)
Hasta aquí los hechos, como dicen los leguleyos.
Estoy dispuesto a bancarme una medida que me moleste, perjudique o considere injusta. El mal llamado "cepo al dólar", por ejemplo. Sé que por cada uno de los argentinos jodidos habrá una inmensa mayoría que se verá protegida. Pero lo irracional me subleva. Hasta donde mi cerebro me carbura entiendo que el beneficio se nos da (de aquí en adelante me paso al plural, porque "somos mucho más que dos" las víctimas de la genialidad) a los seres humanos en esas condiciones, independientemente del vehículo de que se trate. Si no, ¿cómo se explica que, luego de la modificación del Código, en 2008, nos siguieran llegando las boletas del Impuesto al Automotor sin costo alguno? Salvo que todos estemos condenados a no comprar autos nuevos, en castigo por ser discapacitados. Sería una curiosa manera de aplicar neoliberalismo explícito.
No me arrepiento de haber votado a este gobierno, el provincial, (después de tomar un antiemético cada ocho horas durante una semana) por su alineamiento con el rumbo nacional y porque hay buena gente gestionando. Además de la otra, claro. Por eso pido que este reclamo no sea utilizado para montar una opereta política por algún pícaro, de esos que abundan por estos días. Sí quiero, exijo, que se corrija esta burrada. Es, apenas, un gesto de moral equitativa. O eso pretende ser.


Dos países

Entre la risa, la piedad y la náusea prefiero siempre la primera porque cura o, al menos, alivia. Ni el día gris y lluvioso, ni los berrinches de la puta televisiva de turno, ni la insatisfecha campaña de la ultraizquierda insatisfecha, ni los traspiés legislativos locales, ni siquiera la cara insípida de algunos gobernadores va a conseguir nublarme un tiempo fascinante.
Los datos duros (en realidad, durísimos) vienen a decirnos, amor, que un escritor argentino, judío y cordobés para más datos, escribió un artículo al que tituló "El veneno de la épica kirchnerista"; que ese artículo fue publicado por el diario "La Nación" el martes 21 de agosto de 2012; que en ese artículo el autor repite ocho veces la palabra "veneno", con esa obsesión que presentan los envenenados al nombrar la causa de su mal; que en ese artículo Marcos Aguinis, de él se trata, define como paramilitares a los y las militantes de la Tupac (la formidable organización social que conduce la jujeña Milagro Sala) y a los jóvenes y muchachas de La Cámpora y otras agrupaciones políticas; que las compara con las juventudes hitlerianas y que, de esa comparación, surge una evaluación favorable para los pichones de Hitler porque, al menos, dice, aquellos tenían un "ideal absurdo, pero ideal al fin". En cambio, éstos lo hacen por dinero, poder o malversación de los bienes del Estado. Es decir, son mercenarios, chorros y corruptos.
Ni la Unión Cívica Radical, partido al que pertenece el delirante, ni la DAIA, una de las instituciones que dice representar a la colectividad judía en nuestro país, ni las organizaciones empresariales mediáticas, ni mucho menos el diario de la oligarquía pecuaria han expresado opinión al respecto, aunque no descarto que lo hagan antes de fin de siglo. Salvo que estén de acuerdo, por aquello de que "el que calla, otorga". Ni siquiera FOPEA, la federación de periodistas "bienpensantes" de nuestra matria. Sólo el ICUF (Federación de Entidades Judías de la Argentina) elevó su voz progresista, una vez más, para repudiar el exabrupto.
La liviandad con que un trabajador del lenguaje (Aguinis escribió y publicó varios libros. Uno de ellos destacable,  "La gesta del marrano" (Planeta, 1991); los demás, olvidables) utiliza términos de barricada solamente se comprende si el autor vive su tiempo histórico atravesado por el odio. Pero no cualquier odio. No es patología personal, ni es la frustración íntima que puede producir darse cuenta de que la vida se le fue y no será recordado, seguramente, como un parteaguas de la literatura nacional. No es resentimiento. No, es odio colectivo, sectorial, de clase. Y lo que me parece más claro aún, de clase media. Los Mujica Láinez o las Victoria Ocampo o Adolfo Bioy Casares, ejemplos paradigmáticos de escritores de clase alta, manifestaron desinterés o indiferencia por lo que se llamaba entonces "la chusma", pero este odio visceral e irracional  es propio de tipos de clase media, asustados por el crecimiento de la participación popular y, específicamente juvenil, en la construcción del país.
Pero Aguinis no es el único. Mariano Grondona, ese profesor antediluviano y decrépito, sedujo (televisivamente hablando, se entiende) a su símil femenina y chaqueña con una pregunta que roza el premio mayor al ridículo perverso. Le consultó acerca de la caracterización de la personalidad de Cristina: "A usted qué le parece, ¿la presidenta es una fanática o es mala persona?". Y Lilita, presurosa y haciendo gala de una profundidad de charco ínfimo, contestó: "Está enferma". Tengo la sospecha de que no se refería a la operación de tiroides a la que fue sometida no hace mucho ni a sus reiteradas lipotimias. Otra vez, como en el asunto Aguinis, el pez por la boca muere.
Hay más. La diputada Laura Alonso, pro metió que cuando Macri sea presidente (¡sic!) no permitirán que existan La Cámpora, Vatayón Militante (además, qué brutos, está mal escrito) ni 6,7,8. Y que la SIDE no apretará al que piense distinto (¡recontra sic!). Luego la vieron escribiendo cien veces: "No devo contradesirme más" en un pizarrón de la escuela privada de su country.
Mientras repaso este Manual del Odio disfrazado de delirio, mi amor, te veo acunando a nuestros nietos con sus deditos de ternura y sus ojos ávidos de vida.
Dos países.

viernes, 17 de agosto de 2012

La desmesura

Vi y escuché el debate entre Edgardo Mocca, politólogo, académico y periodista (actualmente panelista de "6,7,8" en la TV Pública) y Roberto Gargarella, filósofo, jurista, escritor y también académico, especialista en derechos humanos, democracia, filosofía política, teoría constitucional e igualdad y desarrollo. Formado cerca del intelectual alfonsinista Carlos Nino, Gargarella es, no cabe dudas, un capo.
Y sin embargo, tanto curriculum, tanto libro publicado y tanta maestría conseguida, no alcanzan, parece, a la hora de mirar y comprender la dinámica de los procesos sociales y políticos. En la cancha, digo.
Querido Jack, destripemos algunos momentos del jugoso encuentro. Comienzo por reconocer que Mocca no polemizó con un empleado de Magnetto ni con un editorialista del diario Macrín o Clacri, como usted prefiera nombrarlo. Gargarella se mostró siempre respetuoso y, a veces, hasta pareció lamentarse por tener que expresar sus críticas al kirchnerismo. Es que, sinceramente, siempre existe algún motivo para ser opositor. De éste o de cualquier gobierno.
Desde el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC), pasando por la minería a cielo abierto, el cultivo de soja, la cuestión tributaria, la política de alianzas del oficialismo y el proyecto de expropiación de la fábrica de billetes (¡con los mismos argumentos de la derecha más explícita!), casi nada quedó sin criticar don Gárgara (dicho con cariño). Con algunos de sus planteos me sentí identificado. ¿Quién, que no se llame Pinedo, Bullrich o Macri, puede estar en contra de una reforma tributaria progresista y equitativa? ¿O abismado de espanto por las muertes de pobladores originarios en el noreste patrio? Pero también me asombró que dijera que estamos peor. Me hizo recordar al concepto de intelectual que tiene Eduardo Galeano: ese ser que tiene escindidos su mente y su cuerpo.
Don Gárgara ejemplificó su pensamiento con el caso del impresentable Gildo Insfrán, gobernador de Formosa desde 1995. Pero ocurre, como con varios caudillos provinciales más, tan impresentables como aquél, que el mencionado viene siendo reeligido por los formoseños por una abrumadora mayoría de votos. La propuesta del académico al respecto es exigirle a Cristina que le reduzca el envío de fondos desde la Nación. Propuesta insólita, casi de adolescente enojado, que significaría castigar a los habitantes lugareños. Además de rozar lo inconstitucional.
Tuvo expresiones desmesuradas, como cuando dijo, sin ponerse colorado, que pesan sobre los gobiernos de Néstor y Cristina 16 muertos; en cambio, afirmó, sólo 2 durante el gobierno de Duhalde. El exabrupto refleja la imposibilidad de ciertos pensadores para reconocer que no pueden ver más allá de sus escritorios o sus narices. Si hubo gobiernos que cumplieron a rajatabla su promesa de no reprimir son, precisamente, los iniciados el 25 de mayo de 2003. Allí están el sindicalista ferroviario José Pedraza y sus cómplices juzgados por el asesinato del joven troskista Mariano Ferreyra.
Su actitud de pasar a vuelo de pájaro por sobre la Asignación Universal por Hijo, la recuperación de los dineros previsionales, la estatización de Aerolíneas Argentinas, el regreso al país de casi un millar de científicos, la ley de movilidad jubilatoria, la reapertura de las escuelas técnicas, la expropiación de la mayoría de las acciones de YPF y, sobre todo, la política activa de defensa irrestricta de los derechos humanos (una de sus especialidades), insisto, esa actitud demuestra un empecinamiento, casi un capricho, de intelectual burgués de izquierda, pero burgués al fin.
La desmesurada crítica de Gargarella al modelo K me recordó al querido José Saramago. No te asombres, Jack, te explico. Así como el antónimo de ceguera, para el genial portugués, no es visión sino lucidez, el de desmesura no es mesura sino justeza. Me apresuro a aclararte que no soy un pusilánime, me siento cerca de un modo de hacer política que ha transformado aspectos fundamentales de la vida cotidiana de los argentinos, al compás de otras experiencias continentales. Cambios necesarios, pero aún insuficientes y con errores, para construir una sociedad más democrática.
No hay caso, la objetividad, como el radicalismo, ya no es lo que era. Hasta las gárgaras tienen ideología.

martes, 14 de agosto de 2012

Las enaguas

Edición del diario "Los Andes", de Mendoza, del domingo 12 de agosto de 2012, Sección Internacionales, página 23: "Estados Unidos promete acelerar la caída de Siria", titula la nota en la que se desnuda la expresión de deseos de los redactores de la versión berreta de Clarín. Supongo, quiero creer, que quisieron decir que lo que los yanquis pretenden acelerar es la caída del gobierno de ese país. Para eso viaja la señora Hilaria por el mundo. Entonces cabe preguntarse: ¿bestialidad comunicacional o sincericidio ideológico? ¿O ambas patologías?
Apurados por salir con los tapones de punta, los dueños de la "verdad objetiva" (en realidad, una mentira subjetiva) no revisan, no corrigen (seguramente, con el afán de afanarse un sueldo y confirmar aquello de la plusvalía de que hablaba don Carlos) y muestran, sin pudor alguno, sus intereses. Les pasa como a ciertas señoras de clase alta que se producen para asistir a la fiesta que da la esposa de algún garca propietario de miles de hectáreas de soja. La doña se empilcha con lo mejor que compró en la boutique de última moda, pero cuando se la pone no se fija que se le ve el ruedo de la enagua
La promesa norteamericana de acelerar la caída de Siria es, también, la ratificación de su historia imperial. La del país que, olímpicamente, sigue sintiéndose el patrón del mundo. No ha hecho otra cosa, en el siglo XX y en lo que va de este, que tumbar países so pretexto de defender la democracia y la libertad. ¡Si lo sabrá Chile, por ejemplo, desde que patrocinó y financió la conspiración de aquel 11 de setiembre de 1973 con ese mártir de la dignidad y el socialismo que es Salvador Allende!
Por estos días también hemos asistido a un aporte significativo de Mario Pergolini al Diccionario de la Real Academia Española de la lengua que nos parió. Hasta que el empresario exrebelde introdujo un nuevo significado, el término "sicario" significaba, oficialmente, "asesino asalariado", pero el millonario mediático tipificó así a los integrantes del panel de "6-7-8", el programa político de la TV Pública. Como Sandra Russo, Mariana Moyano, Nora Veiras, Cynthia García, Cabito, Edgardo Mocca, Dante Palma, Orlando Barone, Carlos Barragán y Luciano Galende no andan matando gente por ahí, cabe inferir que lo que hizo el creador de "Caiga quien caiga" y otras pendejadas, es ponerse el traje de filólogo y disputarle a la monarquía del idioma la gendarmería de las palabras.
Salvo que, con el ánimo de experimentar sensaciones nuevas, se haya puesto enaguas y, como no podría ser de otra manera, se le vea el ruedo.

viernes, 10 de agosto de 2012

Desarmando valijas

Si los ves caminar por las callecitas de Toledo o entrar al Museo del Prado no se los puede distinguir. Ambos calzan sandalias, llevan ropa liviana, pantalones cortos, mochila o bolso que, indefectiblemente, carga una o dos botellas de agua. Es que el calor agobia, ataca casi con tanta saña como las medidas de ajuste de los políticos que detentan el poder por voluntad y elección de la mayoría. Y claro, la máquina de fotos colgando del cuello o enrollada en una mano cual credencial de ostentación global, lista para el disparo inmortalizador.
Uno va hacia el pasado en busca de la confirmación de lo leído y estudiado. El otro es puro presente. Ve lo que ve y nada más. Tal vez sea esa la única diferencia entre el viajero y el turista, aunque el rol no es estático. El viajero se comporta, en ciertos momentos, como turista. Y viceversa.
Con una excepción: los japoneses. Generalmente, vienen de a muchos, al trotecito, encabezados por un o una guía que enarbola un paraguas o un pañuelo para que la fila de orientales no se pierda o se confunda con otro contingente similar. A los codazos, empujones y pisotones a todo lo que se le interponga en su camino van abriéndose paso hacia el objetivo indicado por quien los conduce. Ese objetivo puede ser "La Gioconda", que los mira entre incrédula e irónica, hasta la vidriera de un negocio de máscaras en Venecia o ¡el escaparate de una heladería que muestra la variedad de gustos que ofrece! Fotografían absolutamente todo, incluso a otros japoneses que están sacando fotos.
De vez en cuando se ve a una pareja de nipones aislados, tranquilos, disfrutando de la vida. Esos, casi con seguridad, son viajeros que podrán contarles a sus hijos, nietos y amigos que estuvieron en Praga y que allí confirmaron la vocación histórica del cristianismo por la discriminación hacia las mujeres: la iglesia de San Vito tiene, como la mayoría de los templos del Señor, dos torres. Una más gruesa y sólida que la otra. ¿Adiviná qué sexo representa cada una?

En Praga, precisamente, los mendigos permanecen postrados, de cara al suelo, literalmente, con las manos en súplica y el tarrito a un costado, esperando la dádiva del paseante. Son muchos, apostados estratégicamente en el circuito turístico de la ciudad vieja. Vi varios con miembros vendados como para despertar una mayor cuota de piedad.
El primero que nos abordó, a la salida del metro, nos indicó el camino hacia el Moldava a cambio de un puñado de coronas checas. Como bonus, y sin que se lo pidiésemos, nos dijo que en dirección contraria quedaba el Museo del Comunismo.
Desde 2003 tienen a Václav Klaus como presidente. Economista ultraliberal y conservador, debe su trascendencia internacional a la afición por hurgar faldas ajenas y quedarse con una lapicera de lujo en una visita a Chile, durante 2011, según atestigua un video que dio la vuelta al mundo virtual.
Irena es Doctora en Recursos Naturales, egresada de la Universidad Carlos IV, pero trabaja de guía bilingüe en los buses de city tours. Es que, nos dice, no hay trabajo. No pierde oportunidad, en su pobre castellano aprendido en Montevideo, de maldecir a la clase dirigente de su país. A nosotros nos suena como una letanía del menemato. La misma corrupción, la misma entrega descarada del patrimonio histórico, económico y moral de un país otrora potente y rico. Augura y aspira al retorno de alguna forma de socialismo humano, como el que intentó Alexander Dubcek y ahogaron en sangre las tropas del fenecido Pacto de Varsovia, en 1968.

Se extrañan los hijos, los nietos, los amigos, ciertas amigas, las tortitas raspadas, el dulce de leche, la reunión del café de los sábados, el perro, algunos vecinos, la televisión pública y poco más. Viajar no te aleja como antes. Los avances tecnológicos nos permiten tener contacto diario con los seres queridos, con los periódicos provinciales y nacionales.
Pero hay cosas insustituíbles. Caminando por las calles de Barcelona vimos uno tirado en la calle, abandonado a su suerte. Y los cuatro argentinos nos miramos con esa sensación de abstinencia higiénica que no necesita comentarios específicos. Es asombroso e inexplicable que una sociedad que alcanzó progresos que la enorgullecen no haya asumido la costumbre de su uso. ¡Cómo se añora el bidé! Y pensar que, según los estudiosos de este adminículo para el idem, aseguran que apareció en 1710 en Francia. Ni uno, apenas un pésimo intento de chorro horizontal en Roma.
En fin, poder utilizarlo es regresar definitivamente a casa.

Son 41 reyes, 20 reinas y 30 príncipes, princesas y aristócratas enterrados. Casi cien personajes de la historia europea tienen su lugar final allí. La Basílica de Saint Denis (don Dionisio, le diríamos en el barrio) es el primer monumento gótico del cristianismo francés. De una belleza e imponencia descomunal está en las afueras de París, en una zona tradicionalmente obrera, de izquierda (allí está también la sede del diario comunista "L'Humanité", obra del célebre y eterno Oscar Niemeyer, el mismo que diseñó Brasilia). Ese cementerio vip alberga los restos de Dagoberto I, Pipino el Breve, Carlomagno, Hugo Capeto, San Luis (busqué algún Rodríguez Saá, pero no lo encontré), Felipe III, Felipe IV, Luis XIV, Luis XV y Luis XVI (no se sabe si con o sin cabeza), entre otros. Y María Antonieta (no se sabe si con o sin su melenita), Catalina de Médicis, Ana de Austria y Juana de Borbón, entre otras.
El clima es circunspecto, los pasadizos lúgubres (como corresponde a una necrópolis real), pero el conjunto arquitectónico es una verdadera fiesta para los ojos. Además, claro, de cierta satisfacción por ver a tanto monarca, príncipe y garca, acostados para siempre.
Afuera, la vida del barrio sigue su curso. Con predominio ostensible de gente islámica y afrodescendiente, la zona es una explícita muestra del funcionamiento perverso del capitalismo tardío. Los países centrales, expoliadores de sus excolonias, siguen fabricando pobres y, luego, no se bancan que éstos lleguen a las metrópolis atraídos por las luces engañosas de las vidrieras del sistema. Tomamos tres taxis en París. Ningún chofer era francés. Un vietnamita, un sudamericano y un palestino. Gente del destierro, migrantes que no se resignan a desarmar las valijas, pero no como viajeros ni, mucho menos, como turistas.

lunes, 6 de agosto de 2012

Los farolitos

El censor tiene una remera celeste con la inscripción CENSOR en letras negras. Y el censor tiene un sensor. El sensor del censor se activa cada vez que detecta un hombro desnudo (si es femenino, mejor) o el canal que divide los pechos de las mujeres. En ese caso el censor impide el ingreso de la agraciada al interior de la catedral de Barcelona. Pero todo tiene solución en las casas del Señor. A pocos pasos de la escalinata de ingreso al templo  hay un quiosquito en el cual se puede adquirir una mantilla, un chal o un pañuelo que cubra las impudicias. El censor, comprensivo y buen cristiano al fin, dirige su mirada beata hacia el chiringuito sacro  y ellas ya saben que tienen allí el salvoconducto por un puñado de monedas europeas. Negocio redondo.
Hay que pagar para visitar las iglesias del viejo, maravilloso y decrépito mundo de allá. Pagás para entrar o te venden chucherías o, como en la catedral de Toledo, tenés que poner dos euros con cincuenta para ¡subir al ascensor que te lleva a la cúpula!. Estar cerca de Dios cuesta un poco más caro. Además, claro, de los ocho del ticket que te permite acceder a sus esculturas, vitrales y tumbas de famosos, sean reyes, princesas o generosos aristócratas que compraron su llegada al cielo de los justos, aunque hayan sido en vida unos perfectos hijos de puta. La de Toledo comenzaron a construirla en 1226 y es un monumento gótico de belleza impactante. Como en el resto de las iglesias de Europa hay que desembolsar. A veces poco, otras mucho. Todo huele más a empresa comercial que a incienso. La excusa es la necesidad de recaudar para poder mantener impoluto el patrimonio cultural que, durante siglos, detentó el cristianismo. Mienten, como casi siempre.
Todo tiene que ver con todo, dijo alguien haciendo gala de profundidad intelectual. Como Europa se debate entre las consecuencias de la timba financiera internacional y la desesperación de su gente, que ve escurrírsele entre los dedos la parafernalia de consumo y ostentación de riquezas de que se jactaron durante tantos años, basta con mirar ciertos paisajes urbanos y los símbolos que los ornamentan. Por ejemplo, Lisboa. La Plaza de Comercio, una de las más bellas y céntricas de la capital portuguesa, está rodeada de bancos (no muchacho, no para sentarse sino para que se cumpla la frase de Brecht). Y se llaman Banco Espíritu Santo y Banco Pastor. Además de los globalmente conocidos, sobre todo, por su triste historia de estafas a la gente sencilla, a los de abajo y a los del medio. Los nombres de las entidades financieras suelen denotar su derrotero. Y su origen. Quiero decir que si algo no tiene el anarcocapitalismo financiero, como lo calificó Cristina con su habitual brillo, es espíritu santo, precisamente. Y esos pastores no cuidan a sus ovejas, sino a la lana que le sacan a mansalva.
Otra característica hermana las iglesias católicas europeas. Las capillas periféricas, las que enmarcan el altar central, están consagradas a los múltiples santos y santas que componen el menú escatológico de la secta global con capital en el Vaticano. Que una está dedicada a rezarle a San Juan, otra a Santa María (y aquí hay para todos los gustos: la mayor, la menor y la del medio), alguna a Santa Teresa e inclusive una a San Moisés (un infiltrado, seguramente), en Venecia. En cada caso los turistas, creyentes o no, son invitados a depositar un euro para que se enciendan los farolitos que iluminen las imágenes del santito/a en cuestión y así poder acceder al rezo, la foto o, simplemente, la contemplación de obras de arte de notable belleza.
O sea, si querés rezar, rezá. Pero primero, poniendo estaba la gansa.
Es así, todo muy cristiano, bello y piadoso, pero con los farolitos apagados.
En el canil mayor, donde atiende el Pastor Alemán en ejercicio, Don Maledicto una equis, una ve y un palito, resaltan los grupos escultóricos fúnebres. Sin dudas, el más famoso y fastuoso es el que, dicen, rinde homenaje a Pedro, el primero de los Papas que en el mundo han sido. Y son. Pero hay otros, asombrosos por su belleza y su historia. A la izquierda del que recuerda a Petrus, un impresionante monumento en mármol rinde tributo a Giuliano della Rovere, quien tuvo varios hijos con la aristócrata romana Lucrezia Normanini. Sólo Felice llegó a edad adulta. Los demás vástagos murieron niños aún, por voluntad de Dios o descuido familiar. Julio II, de él se trata, es conocido como el Papa Guerrero y detentó el poder entre 1503 y 1513. El mote se lo ganó, seguramente, por su vocación pacifista. Es que a comienzos del siglo XVI el humor era muy finito. Mientras Miguel Ángel, entre 1502 y 1504, nos dejaba 516 centímetros de una de las obras de arte más extraordinarias de todos los tiempos, el David, los señores de la cristiandad construían poder político a sangre y fuego. Julito, mi tocayo picarón, sucedió en el trono de la bondad universal a Rodrigo Borja, o Borgia como les gusta decir a los tanos, el papá y amante de su hija Lucrecia (también se le atribuye algún revolcón con su hermano César),  con quien tuvo un hijo, según la leyenda negra de esa familia tan normal. O sea, cometió la hazaña poco frecuente de ser papi y nono a la vez. Este atleta de la moral puritana pasó a la Historia como Alejandro VI, y anduvo por allí entre 1492 (cuando, por fin, nos descubrieron) y 1513. El de las bulas que repartieron el nuevo mundo entre España y Portugal a través del Tratado de Tordesillas y que santificaron el genocidio americano. Una belleza de persona.
Nota aclaratoria absolutamente necesaria: no me llamo Julio Alejandro por ninguno de estos dos sátrapas. Fue un simple gusto que quisieron darse mis viejos con este exchiquitín.
Sigo y termino (por ahora). Por eso tanta mezcla de admiración y asco. Por tanto oro, pompa y boato, por esa hipócita costumbre de pedir contribuciones pías, cubrir la piel y declamar amor universal. Hace dos mil años que nos vienen diciendo con quién acostarnos, cómo vestirnos, cuándo comer, hasta dónde caminar, cuántos hijos tener, cuándo ayunar, a quién votar y ahora cómo hacer para que se prendan los farolitos de la santidad.