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lunes, 25 de febrero de 2013

De tres hermanos

A Marcos Silber, poeta imprescindible


Temas hay. Siempre hay. La actualidad, esa vieja dama eternamente rejuvenecida, nos brinda su cara, sus pechos y piernas, nos da su mano blindada y nos muestra sus vísceras impúdicas a cada instante. Algunos ejemplos: un dirigente sindical y empresarial devenido en torpe aprendiz de político pretende transformar a los supermercados en empresas de transporte; irascibles miembros de la colectividad judía argentina profetizan atentados y diagnostican puntos finales con total irresponsabilidad semántica e ideológica; el pus de la infección moral vaticana sigue salpicando los oropeles artísticos y las riquezas materiales del Estado teocrático bimilenario; el tratamiento mediático miserable al que es sometido mi amigo y colega Eduardo Aliverti por el accidente automovilístico en el que su hijo atropelló y mató a un ciclista y que me lleva a proponer una actualización del paradigma comunicacional de McLuhan: "El mediocre es el mensaje"; la enorme muestra de dignidad de su conducta pública; la asombrosa capacidad de síntesis y profundidad del reelecto presidente de Ecuador, Rafael Correa; y la no menos asombrosa dinámica que Cristina Fernández le imprime a su gestión, pese a las agresiones y mentiras de la que suele ser víctima; en fin, la esperada resurrección futbolística de River Plate, que me acaricia el espíritu y, al contrario, el presente gris de Boca Juniors, que también me arranca sonrisas. Efímeras, casi frívolas, pero sonrisas al fin.
Sin embargo, mi decisión de escribir hoy pasa por algo más chiquito, si se quiere. Es la historia de tres hermanos, dos mujeres y un varón, cordobeses y militantes y cuyos jardines vitales sufrieron una bifurcación más terrible y dramática que la borgeana. Es que el menor, "Titón", "Lana" o "Lanita", llegó a cumplir apenas 22 años. Había nacido en agosto de 1955, en las vísperas de la llamada Revolución Fusiladora de Rojas y Aramburu, y lo "chupó" la dictadura burguesa terrorista de marzo del 76 (utilizo la acertada tipología de Alejandro Horowicz) en setiembre de 1977.
Una de sus hermanas, "Pipi", era de Dean Funes y a poco de nacer, en febrero de 1954, tuvo sinovitis, patología que le marcó su carácter, pero también le ayudó a comprender los dolores del otro, del prójimo. Desapareció junto a su hermano y son algo más que un número entre las víctimas que, se supone, pasaron su martirio por la ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada), ese territorio tomado hoy por el arte, la memoria y la justicia.
Hasta aquí podría tratarse de un relato típico de los años de plomo y muerte, de privatizaciones a mansalva y asesinatos idem. Pero resulta que aparece en escena la tercera en discordia, literalmente hablando. La hermana mayor de estos dos militantes de la JUP (Juventud Universitaria Peronista), periodista, sobreviviente, miembro del staff de la revista "Humor", célebre publicación de resistencia cultural, autora de varios libros (entre ellos "El harén: árabes, poder y política en Argentina", Sudamericana, 1998), primero diputada nacional y actualmente senadora por Córdoba, fue también candidata a vicepresidenta acompañando al insípido Hermes Binner y su Frente "Angosto" Progresista en las elecciones de octubre de 2011. Salieron segundos, a varios kilómetros de distancia de Cristina. Norma Morandini, de ella se trata, la periodista que en el texto mencionado describe las andanzas orgiásticas de nuestro Berlusconi riojano y sus secuaces, hoy vota con ellos y se opone a todo lo que tenga el sello o la iniciativa de Cristina. Está en su derecho, pero recuerdo particularmente, con gusto amargo en mi paladar, dos intervenciones suyas en el Congreso Nacional. Cuando se debatía el proyecto para que el 24 de marzo sea declarado Día Nacional de la Memoria y, por lo tanto, feriado en todo el país, Norma, la hermana mayor de Pipi y Titón, se opuso con el rotundo y profundo argumento de que, de aprobarse, serviría sólo para fomentar el turismo y no para recuerdo y homenaje de las víctimas del genocidio más atroz de nuestra patria. No tengo derecho a dudar de sus sentimientos para con sus hermanos desaparecidos, pero me cuesta creer que su condición de gorila (el nombre deriva de una palabra griega que designa a una tribu de mujeres peludas, aunque usted no lo crea) la obnubile a tal punto.
Al momento de discutir el proyecto de Ley de Medios Audiovisuales, la Norma se opuso otra vez, obvio. Uno de los argumentos que le escuché decir en esas jornadas me cambió aquel sabor en el paladar. Cambió a agrio. Es que la colega y parlamentaria quería, supongo que todavía quiere, oír en su radio la voz melodiosa y sensual de Elvis Presley y, según ella, la cuota de música nacional que estipula la 26.522 le impediría rememorar sus épocas de bailes juveniles. En fin, una obra maestra del ridículo y la ignorancia.
Toda esta perorata no tendría mucho sentido si la Señora Historia, como la llama mi querido, nuestro querido, Eduardo Galeano, no hubiese introducido su costado caprichoso, picaresco. Resulta que los hermanos desaparecidos de la opositora cerril Norma Morandini, se llaman Néstor y Cristina. Y dice el investigador Roberto Baschetti que la mamá de estos tres hermanos llamó a Néstor Kirchner para agradecerle la iniciativa política de impulsar los juicios a los sátrapas y asesinos de sus hijos y los otros 30.000.
La Señora Historia otea el horizonte y, a su vez, mira hacia atrás. En el horizonte están Néstor y Cristina persiguiendo utopías. En el pasado, entre plomo, sangre y dolor, también.
Mientras, cada 24 de marzo Norma sigue escuchando a Elvis.

viernes, 15 de febrero de 2013

Yo

Mis hijos se llaman Yocasta y Layo. Mi perro, Yayo.
Seduje a Yolanda al pie del Cerro Bayo.
Juego al golf. Si hago hoyo en uno es como un orgasmo.
Mi libro de cabecera es "Yo también fui un espermatozoide", de Dalmiro Sáenz.
Leo en francés a Yourcenar.
No soy xenófobo, tengo un amigo paraguayo.
Y otro rubio, muy rubio. Payo.
Conozco las vicisitudes de la Batalla de Ayohuma.
Si escucho las palabras compañeros, camaradas, pueblos, nosotros, me tiembla el superyó.
Fui campeón mundial de Yo-yo a orillas del Pilcomayo.
Mi músico preferido es Yo Yo Ma.
Amo el tango "Uno".
Veraneo en Cayo Hueso.
Lamento que el general San Martín no haya nacido en Yapeyó.
Si me mareo no me caigo, me apoyo.
Me mudé a la calle 25 de Mayo.
No quiero verme en Youtube.
Ni el Vaticano se salvó del rayo.
Nunca digo adiós, digo sayonara.
Me encanta vestirme de cipayo.
Me llamo Gerardo, pero me dicen Goyo.
Por suerte no nací malayo.
Ella y yo. Mejor, ello y yo, dice Sigmund.
Yo soy de clase media, ¿viste?

miércoles, 13 de febrero de 2013

Otro tubérculo

"Me nombraron príncipe del manicomio"
Adrián Abonizio


Dicen que era una de las comidas preferidas de Borges. Papa hervida o puré de papas. El tubérculo al que me refiero no es alimenticio. Es teológico. Ratzinger (un despistado hincha del club de Avellaneda exclamó entusiasmado, hace ocho años: "¡Por fin un Papa de Racing!") utilizó como nombre artístico el de Benedicto XVI, pero el actor principal de este corso celestial se llamó Woytila. O Juan Pablo II, cuando recorría el mundo derribando comunismos estatales y actuando con solvencia ante las cámaras de televisión globalizadas. Fue, en verdad, el constructor masmediático preferido del capitalismo y un impulsor inteligente y perverso del crecimiento desmesurado del Opus Dei hacia adentro de la secta más poderosa de Occidente. Distribuyó estratégicamente a sus acólitos en aquellos puestos que dominan las finanzas, la propaganda y el control de la fe urbi et orbi, por decirlo en idioma vaticano.
La cuestión es que nos desayunamos con que el bávaro, el pastor alemán, el exintegrante de las juventudes hitlerianas, de quien Georg, su hermano mayor, destacó como virtud que no se había enamorado nunca, renuncia a la corona de la más antigua de las monarquías vigentes: la Iglesia católica, la primera religión universal, según afirma Paul Johnson en su voluminosa "Historia del Cristanismo" (Edicines B, 2004).
Y ya se largaron las apuestas, literalmente, para adivinar quién será el nuevo sucesor del judío Pedro. El método (la timba, digo) desnuda, con claridad digna de mejor causa, eso que nuestra presidenta, Cristina Fernández, definió como "el anarcocapitalismo financiero".
De las causas profundas de la renuncia ya se han ocupado los que saben. Washington Uranga, periodista especializado en el tema, da una serie de pistas al respecto en "¿Sólo falta de fuerzas?" (Página 12, 12/2/13): los casos de pedofilia que produjeron al interior del Vaticano no solamente un dolor de cabeza para su prestigio sino un agujero económico importante. Hace referencia concreta a la indemnización varias veces millonaria consensuada con las víctimas norteamericanas de ese delito. Además, el conservadurismo de Ratzinger no le hace fácil entender cómo funcionan las relaciones sociales e individuales en un mundo que sigue siendo ajeno, pero cada vez menos ancho, parafraseando el título de esa extraordinaria novela del escritor peruano Ciro Alegría, "El mundo es ancho y ajeno" (1941). Así como la suma de delanteros no garantiza que un equipo de fútbol sea ofensivo, un Papa que se comunica por Twitter no lo convierte en un señor moderno. Quizá su actitud más moderna haya sido la renuncia, un gesto que estaba sin uso desde hace casi seis siglos.  Es más una cuestión ideológica que instrumental. Los homosexuales y las mujeres saben a qué me refiero cuando digo esto respecto de las jerarquías católicas. Y, para no abundar, el escándalo del llamado Vatileak que dejó a la luz no sólo las cartas secretas de Maledicto sino, sobre todo, las feroces internas cardenalicias.
El Coordinador de Sacerdotes en Opción por los Pobres, Eduardo de la Serna, se pregunta si será la hora de un Papa del Tercer Mundo. Él mismo dice, textualmente: "¡Dudo! ¡Deseo!". El compañero de la Serna dice, y dice bien, que no importa si el nuevo pontífice es sudamericano, asiático o africano. Como cualquier campesino sabe hay papas buenas y malas. E inclusive hay papas fritas y papanatas. Lo que interesa, volviendo al púlpito, es saber de dónde viene y a dónde pretende llevar el agraciado al 17,4 % de los creyentes del mundo, según nos cuenta el "Atlas de las Religiones", de 2009.
¿Queda claro que estamos hablando de política y no de religión?
En pocos días viviremos la puesta en escena del ritual que tendrá una cobertura mediática global. Como dice el sociólogo Fortunato Malimaci, no cualquier jefe de Estado tiene semejante convocatoria. Aún quienes no fumamos vamos a estar pendientes del color del humo que expulsará la chimenea ante cada reunión de los 118 cardenales reunidos para limar las asperezas entre los distintos grupos y subgrupos de presión para imponer su candidato. Recuerdo la cita de Arturo Pérez-Reverte en "Con ánimo de ofender" (Alfaguara, 2001) cuando hace referencia al staff de Woytila como "La mafia polaca en el Vaticano". El artículo en cuestión se llama "Trescientas pesetas".
A propósito de los cardenales, ¿se llamarán así por su semejanza cromática con los pájaros o al revés, las aves han terminado por imitar a nuestros personajes?
En julio de 2012 estuve en el Vaticano como turista. Vi celebrar misa a uno de estos tipos con disfraz rojo. En un altar ubicado a la izquierda de la monumental obra escultórica que guarda, dicen, los restos de San Pedro, el hombre practicaba el rito milenario. Prohibido fotografiarlo. Al rato pasó, raudamente, a nuestro lado, protegido y rodeado por varios patovicas que le abrían el paso evitando cualquier contacto físico con la gente. Me pregunto si tuve a un palmo de distancia al futuro jefe político de los católicos del mundo. Y me contesto que tal vez, pero de ser así su cara de pocos amigos y ese gesto de distanciamiento con el pueblo pintan de cuerpo entero la actitud de la jerarquía hacia los corderos de Dios.
En fin, un Estado amurallado, pequeño y primitivo, encabezado por un ser humano que se cree infalible desde 1870, que ostenta el cargo con nombre de tubérculo, pero con mayúscula, venerado por millones de otros seres humanos al punto del fanatismo, es lo más parecido a un manicomio que, como el resto del mundo sabe, es una institución decrépita, insalubre y en desuso.

martes, 5 de febrero de 2013

Disculpas en el barranco

"No es bueno hacerse de enemigos
que no estén a la altura del conflicto,
que piensan que hacen una guerra
y se hacen pis encima como chicos."
"Al lado del camino", Fito Páez


El primer ejemplar del diario español "El País" salió a la venta el 4 de mayo de 1976, seis meses después de la muerte de Franco. Fue, y en buena medida todavía es, el más claro exponente mediático del Pacto de la Moncloa, ese acuerdo de la dirigencia política ibérica para el "mientras tanto". Ese período que va desde la muerte del dictador hasta la supuesta consolidación de una supuesta democracia y el fortalecimiento del Estado de Bienestar. Todo controlado por don Juan Carlos, ese señor que los elefantes africanos miran con recelo justificado. El Grupo Prisa, propietario del periódico, hizo gala de su nombre y rápidamente extendió sus tentáculos hacia radios, televisoras, editoriales y otras menudencias comunicacionales. Algo así como un Clarín, pero peninsular primero y luego multinacional. Por sus empresas pasaron y pasan "lo mejor de cada casa", según canta Serrat. Desde Pérez- Reverte hasta Saramago, pasando por Vargas Llosa (príncipe, duque, conde o algún otro título con que los conchetos suelen creer que son muy importantes), han puesto su talento en manos de estos tipos.
El pasado 24 de enero el diario tiró al barranco toda una trayectoria de pretendido progresismo y corrección política. Es que, desde su nacimiento y a través de su desarrollo, cobijó al socialismo español, que pasó de ser una de las flores rojas del pueblo a convertirse en este pétalo rosado y desteñido que es hoy, entregado a las letrinas del mundo financiero internacional. Ese día publicó, tanto en su edición en papel como en su sitio web, una foto de Hugo Chávez intubado y moribundo. Resultó falsa, como ya lo sabe hasta mi perro Galileo. Cuando se descubrió la fantochada pidió disculpas y retiró de los kioscos y de Internet el estropicio. Tarde, hipócritamente tarde.
Es que les sucedió lo que debieron evitar, pero su condición reaccionaria actual no les permite. Confundieron un deseo con una noticia. Y para una empresa periodística de esa envergadura no resulta fácil salir del papelón. Los chupamedias de siempre trataron de destacar el pedido de disculpas por sobre el bochorno. Aquí cabe aquello de "no aclare que oscurece, don Jorge".
En Contratapa de Página 12 José Pablo Feinmann escribió: "La verdad ha muerto" y dice que la mató el llamado "periodismo independiente". En contra de lo natural, lo habitual, usa como epígrafe de sus dichos la foto trucha. El acierto del filósofo argentino recuerda el "Dios ha muerto" nietzscheano. Y está bien. La verdad como Dios y Dios como verdad no son ya más importantes que la distribución del ingreso o la democratización de la palabra. Felizmente.
Su grosería periodística (la foto, digo) será objeto de estudio en las carreras de Comunicación, como pasa con lo sucedido el 30 de octubre de 1938. Aquella audacia de Orson Welles y su transmisión radial "La guerra de los mundos". Ese hito histórico provocó en la ciudadanía yanqui pánico, suicidios y reacciones imprevisibles. En cambio, la experiencia del diario español generó burlas, vergüenza ajena, bochorno ético y será estudiado como un hito histérico.
Junto al lago San Roque, en Carlos Paz, Córdoba, Miguel Del Sel insultó a la presidenta argentina. No transcribiré sus obscenidades. También pidió disculpas, esta vez a la "investidura presidencial", aunque la ofensa tuvo destinataria concreta, además de alcanzar a toda mujer, incluida su propia madre. Prefiero discutir alguna caracterización del ofensor, un tipo que, según mi amigo Luis Villalba, no superó su etapa anal.
Se ha dicho de él que es un artista opositor. Lo han dicho incluso algunos compañeros nuestros. A mí me parece que ni lo uno ni lo otro. Que un ser humano se disfrace, haga un par de morisquetas en el escenario o ante una cámara no lo convierte en artista. Es como suponer que quien publica un libro se recibe automáticamente de escritor. O quien escribe versos se hace poeta. Isidoro Blaisten decía que no hay nada más fácil que escribir poesía: frases cortitas y todo para abajo.
Del Sel no es un artista. Es, según sus propias declaraciones, una persona rica, con campos y ganado en el norte de Santa Fe y, esto corre por mi cuenta, un escatológico tipo de mierda.
Tampoco es un opositor. No imagino a Gil Lavedra, Morales o Binner vociferar como él. Luis Brandoni se parece más a eso que algunos llaman artista opositor. Él sí. Las dos cosas. Aunque los nombrados y muchos más puedan compartir, en silencio, los insultos del casi gobernador santafesino. Otra vez, que alguien se presente como candidato a cualquier cargo electivo no lo convierte en político. El caso Del Sel es más un ejemplo de antipolítica que pretende instalar ese detritus del menemato que gerencia la ciudad de Buenos Aires.
Algunos perfiles unen los episodios que me ocupan. Al diario español le cabe a la perfección la frase del canadiense McLuhan: "El medio es el mensaje". Nuestro discriminador nacional fue entronizado por los medios como un cómico de prestigio y hasta Macrinator se animó a decir que es "un hombre de bien" porque pidió disculpas. A regañadientes y desde el fondo del barranco.
Ambas obscenidades tienen, sobre todo, en común, la misma matriz ideológica. Son miembros de la catacumba reaccionaria, dolida por el rumbo latinoamericano.
Mientras tanto y con poca repercusión mediática, el 31 de enero se vivió en Plaza de Mayo un acontecimiento político y cultural que es marca de época. Hernán Brienza, Araceli Bellota y Raúl Zaffaroni (dos historiadores y un jurista) dialogaron ante una multitud acerca de los doscientos años de la Asamblea del año XIII. El espacio público al servicio de los que "quieren saber de qué se trata". Todo ahí, al aire, sin filtros ni segundas intenciones.
Unos boqueando mugre y odio desde las letrinas y el barranco. Los más, conquistando luz y vientos de cambio.