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lunes, 26 de enero de 2015

El hipo de los hipócritas

"El cielo ha apagado todas sus luces, Macbeth"
 William Shakespeare


Musculosa blanca, bien ceñida al cuerpo. Pantalón corto, negro, que destaca piernas bien torneadas y nalgas firmes. Pelo castaño oscuro hasta los hombros. Ella, sesenta bien llevados, desayuna café con leche y dos medialunas. Él, pelo gris, como sus bermudas con detalles salmón, remera al tono, con la marca del gallito deportivo, zapatillas con las tres tiras y medias deportivas de origen alemán, está absorto en su teléfono celular. El café doble ya parece frío. Vanesa, imaginemos que se llama Vanesa, repasa en voz alta los titulares del diario local, hijo putativo del mayor conglomerado de medios (y otros curros) del país. "Está clarísimo que lo mató el gobierno. Todo encaja. Iba a declarar y lo callaron. En este país ya no se puede más. Leonardo (imaginemos que se llama Leonardo), ¿me estás escuchando?". En ese momento Leo consigue comunicarse. "Hola Nico, ¿todo bien por allá? ¿Mucho quilombo con la muerte de Alberto? (Como usted sabe esta gente se tutea fácilmente con famosos, como si hubisen cenado juntos la noche anterior, aunque hasta hace nada no tenían ni idea de quién era Alberto). ¿Fuiste al acto? La putearon lindo, me dijeron. ¿Alguien puede dudar de que lo mandó a matar ella?". Todo a los gritos, para que lo escuchen aun los que no querían. Un anciano, a dos mesas de distancia, suspendió la lectura de la novela que había logrado abstraerlo de las preocupaciones de esta pareja de "cacerola fácil", y estuvo tentado de responderle, con el debido respeto, "Sí, yo", pero prefirió no entorpecer la paz de sus días y evitar un mal momento a los demás parroquianos y personal del bar. El escenario es de película, de buena película quiero decir. El enorme ventanal da al lago. La mañana es besada por un sol tibio y peinada por una brisa compañera, amable. Con varios decibles más abajo el supuesto Leonardo se preocupa por su víscera más sensible. "Escuchame bien Nico, verificá si el cargamento llegó bien. Que hayan enviado el ...(y aquí emite un jeroglífico electrónico que mi ignorancia en esos menesteres no alcanza a entender y retener). Si no, mandáles un mail y amenazalos con postergar el depósito. Che, ¿todo en orden en los Bancos, la City no dice nada de esta guacha?". El viejo con la novela no sabrá nunca si el hipo del tipo le empezó por alguna noticia que le dieron, si la mercadería no era la que esperaba o si la City no reaccionó como él esperaba, pero para sorpresa de los que ocupábamos las mesas fronterizas a la de la pareja se sintió la primera contracción involuntaria de su diafragma, con un ruido gutural más agudo que lo que hacía suponer su cuerpo contundente y su abdomen rotundo. La mujer, Vanesa, lo miró sorprendida, casi avergonzada. ¿Cómo soportar las miradas de los otros, justo ellos, tan circunspectos, correctos y bien educados? ¿Hipo en público? Pagaron y se fueron.
El canto dodecafónico de bandurrias y gaviotas, la alfombra azul de las aguas del lago, apenas manchada por algunos veleros, blancos como la musculosa de Vanesa, los vieron subir al descapotable importado y partir.
Aunque sigue el manoseo mediático y prometí esperar, quiero decir el viejo de la novela en el bar se prometió esperar, a que pase para escribir alguito, me pica la oreja izquierda. Y cuando me pica la oreja izquierda tengo dos caminos: me baño o escribo.
No supe, no sé y no me interesa saber acerca de los gustos personales y otros detalles del tipo. Si era buen padre, buen exmarido, si la carne la prefería jugosa o a punto y esas menudencias que consumen horas televisivas al compás de imbéciles con pantalla. Allá ellos.
Que sus seres queridos, los amigos íntimos, los vecinos de su departamento de lujo y demás allegados lo lloren con lágrimas cálidas y sinceras parece lógico. Uno debe suponer que allí no "se han armado los trípodes del camelo", de los que habla Cortázar en su "Conducta en los velorios". De esos ritos ancestrales también se ocupan los periodistas serios, los Rial, Del Moro, Doman, Lanata y el Dr. Hubrys.
De los detalles del incordio (si murió por mano propia o mano ajena, si las cerraduras eran doradas o plateadas, si la diputada etílica o la diputada buitre sabían o no, si el sobre del periodista Pérez Izquierdo tenía dinero o una estampita de San Expedito, si la hija que dejó varada en Barajas es rubia o morocha, si el llamado que lo instó a regresar al país lo hizo Mongo Aurelio o el Capitán Piluso y movidas así), de esos asuntos se ocupan los periodistas serios,pero serios en serio, los Verbitsky, Ruchansky, Espósito, Ragendorfer, Colominas.
De los aspectos judiciales se ocupan los Zaffaroni, Peñafort, Maier. Además, claro, la fiscal y la jueza. Espero.
Y de desbaratar la patética operación política contra el gobierno se ocupan Cristina y su círculo íntimo. No es la denuncia contra ella, su canciller y el diputado Larroque. La conspiración se inicia con la muerte de Alberto Nisman, fiscal. Aún no termina.
He visto y escuchado, quiero decir el viejo del bar con la novela bajo el brazo, notas de pesar por el extinto. A propósito, el viejo me contó que ya circula un chiste, típicamente nacional y popular. Dicen que cuando la diputada Bullrich se enteró de que Nisman era el extinto preguntó "¿Por qué ex?". Fin de la cita, Rajoy dixit.
Alegría por su muerte, claro que no, pero ¿cómo sentir pena por un hombre que trabajó para dos potencias extranjeras, según su propia confesión, al menos por diez años? ¿Por qué lamentar su desaparición si logró manipular la investigación por el encubrimiento del atentado a la sede de la AMIA, aquél 18 de julio de 1994? Suscribo lo escrito por el historiador Ezequiel Adamovsky: "No ha muerto uno de los buenos".
De su denuncia contra Cristina, el canciller Timerman y el diputado Larroque el viejo de la novela bajo el brazo piensa, me dijo, que Lilian Hellman, Dashiel Hammett, Rodolfo Walsh, Raymond Chandler, Arthur Conan Doyle, Patricia Highsmith, Horace McCoy y tantos más, la hubiesen escrito mejor, mucho mejor. Ya este textículo también, por supuesto.
Vi la novela de que hacía ostentación el viejo. Se llama "Los cuerpos y las sombras" (Eduardo Sguiglia. Edhasa, 2014) y aunque no tenga relación aparente con el asunto que nos tiene ocupados, el título es tan apropiado..
Cuando salió del bar, cuando salí digo, una pareja joven ocupaba la misma mesa de los cacerolos fáciles. Ellos sin hipo.