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sábado, 27 de octubre de 2012

730 días

"...No les creas cuando te digan
que la luna es la luna,
si te dicen que la luna es la luna,
que esta es mi voz en una
grabadora,
que esta es mi firma en un papel,
si te dicen que un árbol es un árbol,
no les creas,
no les creas,
nada de lo que te digan
nada de lo que te juren
nada de lo que te muestren,
no les creas..."
               
"Testamento" (fragmento),
Ariel Dorfman


Dicen, ellos dicen, que el país está al borde del precipicio.
Dicen ellos que en Picún Leufú y en Villa Tulumaya hay un cepo que no te deja comprar dólares.
Ellos dicen que el mundo nos queda lejos.
Nos dicen que no hay libertad de prensa. Lo dicen desde la prensa.
Pronostican vientos huracanados, granizo y tempestades.
Cada vez que una mucama accede a su primera vivienda gritan ¡demagogia!
Comparan a los militantes jóvenes con las hordas hitlerianas.
Bendicen los vientres violados como un regalo divino.
Si los jubilados cobramos con puntualidad y recibimos dos aumentos anuales por ley vuelven a gritar ¡demagogia!
Nos ven venezolanos, chavistas, bolivianos y lulistas. Sufren de antilatinoamericanismo crónico.
Entienden como dádivas las medidas de inclusión.
Dicen y repiten que hace 730 días que no está.
Como dice Dorfman, no les creas.

sábado, 20 de octubre de 2012

El hegemonito

Transcurre la Feria del Libro de Mendoza. Respecto de la burrada descomunal del burócrata de turno opinaré luego del 4 de noviembre, fecha señalada como final del maratón literario. Y reflexionaré también acerca del aprovechamiento que ciertos personajes políticos y mediáticos (cada vez más parecidos) intentaron hacer del despropósito verbal e ideológico del mentado asesor.
Ahora quiero referirme al empobrecido caudal cultural del Diario "Los Andes", que acaba de cumplir 129 años. Y se le nota, caramba.
El hegemonito (como se sabe, salvo las necrológicas y algunos avisos clasificados, es Clarín de las acequias) anda, parafraseando aquella vieja canción, de despiste en despiste. Explico.
El jueves 18 de octubre, a las 20, estaba programado un homenaje al notable filósofo Arturo Roig, fallecido a fines de abril de este año. En la Feria, se entiende. Por alguna razón, difícil de entender para mí, fui convocado a integrar el panel, junto al poeta Jorge Sosa y la socióloga y discípula de Roig, Fernanda Beigel. Un verdadero honor que atribuyo a mis varias entrevistas durante la vida a tan magnífico humanista. Inclusive tuve el privilegio de hablar con él, en mi programa de Nacional, pocos días antes de su muerte, en ocasión de la inauguración de la Biblioteca de la radio que, por supuesto, lleva su nombre.
La cuestión es que el diario publica ese mismo día el anuncio del acto, pero omitiendo mi participación. De manera que me puse mi mejor disfraz de holograma y partí raudamente hacia la Sala Naranja del magnífico Complejo Cultural "Julio Le Parc". Fue hermoso ver a tanta gente, parientes, colegas, discípulos y demás miembros de la fauna vernácula rindiendo tributo a tan insigne coterráneo. Y, sin embargo, quedarme con la duda metafísica de saber si ellos me veían a mí.
Hoy, sábado 20 de octubre, a las 19, ya vestido con mis ropas de civil, compartiré la mesa de la Sala Verde con Luisa Valenzuela. Pues el mismísimo hegemonito que me ninguneó el jueves esta vez me nombra, hasta con el apellido correctamente escrito. Pero, despiste o Alzheimer periodístico, indica que la notable escritora es chilena. Es cierto que Luisa ha paseado su calidad literaria y su calidez humana por gran parte de este planeta que habitamos y deterioramos con refinada ostentación. El sudeste asiático y, recientemente, la muy peronista isla de Cerdeña la tuvieron hurgando entre sus mitos, su folklore y su gente. Mas de ahí a atribuirle una nacionalidad que no le pertenece hay un paso en falso, sólo imaginable por ignorancia o frivolidad. Sospecho que la confusión del redactor viene por el lado del apellido de mi querida y admirada amiga.  Gonzalo Valenzuela, actor de allende la cordillera, a quien las revistas del corazón llaman, eufemísticamente, Manguera. Y como él es chileno...les sonó el apellido. De ahí al pasto, un solo paso.
No es mucha la gente que sabe que la frase "Clarín miente" es una creación del empresario del transporte automotor Hugo Moyano. Desde hace unos meses el otrora "compañero de ruta" ha preterizado el tiempo de verbo. Como ahora, y por despecho, se ha hecho amigo del dueño de la Federación Agraria, del patrón de los obreros rurales, de Mauricio Macri y otra gente de pro, dice que Clarín mentía.
A mí me parece que uno no debe ser tan cruel (estalinista, como diría cierta devota del delirio místico). Al menos en nuestra tierra de medanales, hermosas mujeres y asesores culturales de opereta, podríamos decir que el hegemonito no miente. Metaforiza, nomás.

sábado, 13 de octubre de 2012

Los premios

De acá y de allá. Empecemos por allá. Le dieron el Premio Nobel de Literatura al chino Mo Yan. No podemos opinar porque no ha sido publicado en nuestro país ( una pequeña editorial española, Kailas, tiene algunos títulos suyos a la venta), pero la Academia Sueca estuvo cerca, muy cerca, de dárselo al líder camionero y segunda estrella en el firmamento hegemónico mediático argentino. Por una O no se lo dieron a Hu go Mo yan o. ¿Qué es un chiste, malo, mío? Puede ser, pero no me diga que esa posibilidad no está en sintonía con los delirios a que nos tienen acostumbrados las señoras y señores del almidón escandinavo.
La tostada me entraba por la boca, bañada en el maravilloso dulce de damasco que hace mi amada. Como corresponde, según la costumbre ontológica del occidente cristiano. Cuando leí que la Unión Europea se llevó el de la Paz, estalló mi tostada, brotaron sus partículas masticadas por todos los orificios de mi cuerpo. Ya no era el bálsamo cotidiano del perfume del damasco. Ahora, asco, puro detritus moral. Premiaron a los bancos, a los especuladores criminales, a los licenciados en timba genocida, a los Rajoy, Merkel, Samaras y toda esa lacra inmunda de mediocres bendecidos, Y, como dice mi querido amigo Manuel Saralegui, justo un 12 de octubre, fecha de triste memoria para la humanidad. Como castigo a los jubilados griegos inmolados en las plazas públicas y con los mismos argumentos, casi calcados, que utilizaron para premiar a Henry Kissinger, Menahem Beguin o Barack Obama: la reconciliación, la democracia y los derechos humanos. Millones de desocupados sienten que les escupen el rostro.
Si hubiese un Nobel de Fútbol, estos tipos se lo darían a Joseph Blatter o al 4 del equipo austríaco, para que no se lo lleve Messi, seguramente. En 2013 pueden postular al asesino de Miguel Galván, dirigente del MOCASE (Movimiento de Campesinos de Santiago del Estero) o a Castelao Bragaño, el efímero Presidente del Consejo General de la Ciudadanía en el Exterior, de España, aquel que declaró que "Las leyes son como las mujeres, están para ser violadas". Y así podríamos nominar a tantos. A los conspicuos dirigentes ultracatólicos que pretenden implantar una hostia consagrada en los cuerpos de las mujeres vejadas, prostituidas y embarazadas, en nombre de la vida. Viejas y viejos carcamanes, favorecedores de los violadores, defensores de ladrones de bebés, autores intelectuales de los mayores atropellos a la dignidad humana. Se sienten seres superiores, inclusive a la ley y a la justicia. Sólo responden ante su dios, si es que les conviene.
Son de acá y, al igual que el monopolio mediático, se cagan en la Corte Suprema de Justicia y en el Derecho Positivo, en nombre de un supuesto Derecho Natural, inspirados en lo más rancio del pensamiento tomista y mirando para otro lado cuando sus pastores someten sexualmente a ovejitas indefensas. Basuras e hipócritas, con cara de ángeles inmaculados.
Más preocupados por el rating que cada domingo pueda alcanzar el clon trucho de Michael Moore, o en disimular el último papelón de la Bullrich, verdadera saltimbanqui de la política criolla, o en mantener la influencia del poder mediático sobre los formadores de precios y la corporación judicial, no vacilan en recurrir a cualquier trapisonda con el único objetivo de jodernos la vida. Y seguir currando a mansalva.
Mañana, agárrese fuerte, son capaces de darle el de Economía a Lita de Lazzari o a Domingo Cavallo.
No sé si vale la pena seguir esperando con ansiedad cada año que los circunspectos dejen de mirarse el ombligo. Y nosotros, colonizados culturales, salgamos desesperados a buscar en Google datos biográficos de los galardonados.
Pero, al menos, te ofrezco un pétalo positivo en esta metida de pata flor. Volvamos a leer "Los premios" (1960), la novela de Julio Cortázar, el cronopio que no necesitó el Nobel para quedar en la historia.
Como las Abuelas.

sábado, 6 de octubre de 2012

El ombligo

Es una cicatriz. Ni más ni menos. La tiene todo ser humano, independientemente de su origen, su condición social, su creencia religiosa, su pasión deportiva, su elección sexual o su pertenencia política. Si bien cumple una función nutricia indispensable mientras somos fetos, una vez que salimos al mundo y el cordón que nos unía a nuestra madre se cae, ya está, ya no sirve para casi nada más. Y digo casi porque, desde que el Rey Salomón dice en "El cantar de los cantares": "Tu ombligo es un ánfora redonda donde no falta vino" (Capítulo 7, Versículo 7:2), se ha convertido, sobre todo si la cicatriz aludida es femenina, en fetiche erótico y estético. Sin embargo, anatómicamente hablando, el ombligo ya no nos sirve más. Sí, usted dirá que junta pelusa. Mis orejas también, por no mencionar otros resquicios de nuestro cuerpo, pero tienen utilidades varias. Aunque sea, allí apoyamos las patillas de los anteojos, por ejemplo.
-Perdón- me dice la doctora de la mesa, mientras enciende el cuarto cigarrillo de la mañana-, pero ahora también se usa como puerta de entrada para técnicas exploratorias quirúrgicas, como la laparoscopia.
-Te encargo el léxico- la carga Luis.
-Che, doctora, ¿vos no sos especialista en vías respiratorias? Digo, por aquello de que haz lo que yo digo, pero no lo que hago- interviene Emilito, el profesor de Educación Física en colegios secundarios femeninos.
-En realidad- me meto yo-, me y les pregunto si no será que en nuestro país el ombligo es una construcción cultural.
Me llovieron migas de pan, restos de medialunas, un sobrecito de azúcar y hasta unas gotitas de café. El común denominador de las protestas por mi pregunta era que me dejara de joder con tanto delirio organicista.
-Tenía razón aquel trosko amigo cuando te definió como marxista de café, dijo Luis.
-Y a mucha honra-dijo el Gordo, que creía que le decían a él.
-Si me permiten-insistí-, trataré de explicarles mi tesis. Si, como dicen los matasanos, el firulete objeto de nuestros desvelos cafeteriles de hoy no sirve para niente, ¿por qué hay connacionales que piensan, sienten, votan, manifiestan, conspiran, escriben, actúan, practican deportes, pintan, hacen música, opinan, estudian, creen, crean, rezan, respiran, orinan, defecan, seducen, trabajan, reclaman, suman, multiplican, restan, dividen, investigan, cocinan, comen, beben, se drogan, leen, cantan, esculpen, escupen, publican, dirigen el tránsito, gestionan un club como si fuera un país y un país como si fuera una empresa, hacen cola en el supermercado y en el banco, compran, venden, alquilan, protestan, pagan y cobran, ven televisión y escuchan radio, hacen televisión y hacen radio, vuelan, navegan, nadan y caminan. Y así podría seguir hasta el sábado próximo-Raúl, traeme otro cortado, por favor- preguntándoles por qué para hacer todas estas cosas vitales, usamos el ombligo y no el cerebro o el corazón. No, me equivoqué. El cerebro y el corazón.
Como la primavera tiene curvas de mujer, dejamos por un momento la sociología urbana de día feriado, y rendimos los honores correspondientes a la morocha que, ombligo al aire, dejó el mejor perfume de la mañana. Hasta Mecha, la doctora, largó una bocanada de tabaco que nosotros interpretamos como un cómplice saludo de género.
Ya repuestos de la gratísima impresión, el primero en intentar una respuesta a mi estocada dialéctica fue el profe de gimnasia, que tiene vistos unos cuantos ombligos a lo largo de su itinerario pedagógico.
-Creo-dijo- que, por ser periodista, estás bastante lúcido. Esos connacionales a los que hacés referencia tienen el ombligo demasiado cerca del bolsillo.
-Nosotros también- se metió Raúl, el mozo, sintiéndose ya uno más del grupo.
-Pero algunos no se dan cuenta y otros sí-insistió Emilito.
-Justo hoy que vengo caliente con Isabel Sarli-dice Luis, que es cineasta retro. Y se le nota hasta en el ombligo.
La mañana de sábado es una delicia. La montaña mendocina como telón de fondo, un sol cálido, la brisa que nos acaricia y la mesa en la vereda para que Mecha y el Gordo puedan fumar sin sentirse en el exilio. Desde donde estamos sentados se ve el televisor del bar. Está puesto en la TV Pública, por pedido nuestro.
-¿Ves?-digo- Ahí está. Si ese es el canal para todo el país, ¿qué carajo nos importa, a nosotros y a una señorita de Palpalá, que un choque intrascendente mantenga ocupado un carril del Acceso Oeste a la Capital Federal? Mechita, ¿cómo se llama la inflamación del ombligo?
-Ombliguitis, obvio.
-Eso es lo que tienen los cacerolos del otro día, por ejemplo. Y me parece que es contagioso, aunque los libros de medicina digan lo contrario. O sea, sí creo que el ombliguismo es una construcción cultural, queridos contertulios y compañera contertulia. Sin rima, por favor. Y en esa parte del territorio nacional, es endémica. Si no cómo se explica que gane las elecciones ese vago consuetudinario, el Capitán Veto. Che, Raúl, se me enfrió el cortado por culpa de tanta cháchara. Calentámelo, por favor.
El Gordo, cocinero de pastas y licores y dulces poemas, cada vez más sordo, acotó,
-En la noche 184 de "Las mil y una noches" la bella Budur se desprende la camisa y le espeta al joven Kamaralzamán: "He aquí mi ombligo, que gusta de la caricia delicada; ven a disfrutar de él".
Cada uno pagó su consumición, como todos los sábados, nos besamos con el mismo cariño de cada fin de semana y nos fuimos.
Me dijo, luego, Mecha que el Gordo, sordo por convicción, no entendió tan abrupto fin de la reunión.
Y si usted se mira el ombligo y no le gusta lo que ve, pídale a su librero de confianza que le recomiende una buena edición de esa joya literaria.

viernes, 5 de octubre de 2012

En grado de tentativa

Es de 2004, se llama "Crimen ferpecto", la dirigió Alex de la Iglesia (el tipo lleva un karma en el apellido), los actores principales son Mónica Cervera y Willy Toledo. Se cuenta la cuestión del ascenso social, en clave bizarra. Uno de los hallazgos es el título de la película. En una sociedad capitalista no hay crímenes perfectos. Porque el capitalismo no lo es, esencialmente. Entonces, ¿para qué esmerarse en trabajar con decencia si matando al jefe se puede ocupar su lugar? Claro, uno no vive solo. Alguien te vio, supo, y si ese alguien es una mina tan ambiciosa como el sujeto en cuestión, ni te cuento. En fin, brillante alegoría. Divertida, entretenida y bien actuada. Es la séptima película del muy ateo Alex.
Hace varios días que un grupo de prefectos y gendarmes se soliviantaron contra sus superiores y el gobierno nacional. Inicialmente, por una injusta reducción de su salario de bolsillo. Con los reflejos que la caracterizan la presidenta resolvió el asunto. El decreto 1307/12 que originó el fragote quedó fuera de juego, se les depositó la guita que les corresponde y a otra cosa mariposa. Ah, también fueron eyectados de sus cargos los jefes de Prefectura y Gendarmería y más diez jerarcas por equipo. Son once contra once, pueden organizar un minicampeonato de tránsfugas. Total, plata para los premios deben tener. Héctor Schenone, el prefecto destituido, ganaba 93 lucas mensuales, gracias a las tristemente célebres medidas cautelares, mientras la tropa miraba con la ñata contra el vidrio. Más que jefe, un capo.
Buscando buscando se va encontrando. Resulta que el objetivo del decreto del despelote, blanquear items no remunerativos, incluye una cláusula, el artículo 6, que prevé que si, a raíz de su aplicación, algún agente (así hablan en el idioma boludo-burocrático) percibe menos de lo que le corresponde, se destina una partida que compense la diferencia. ¿Por qué no lo pusieron en práctica? Cuando terminen el campeonato, léase la investigación, te lo cuento.
Pero hete aquí que los tipos siguen la protesta. En la misma época en la que "espontáneamente" se le desea la muerte a Cristina, se llama a otras fuerzas de seguridad a sumarse a un nuevo cacerolazo (tan espontáneo como el anterior), se secuestra y tortura a un testigo para que no declare en el juicio que investiga el asesinato, el 20 de octubre de 2010, de un militante del Partido Obrero, el pibe Mariano Ferreyra, se amenaza a otros, se miente en los diarios, radios y televisoras "serias", en fin, en tiempos primaverales se pretende, me parece, crear clima. Estos meteorólogos políticos quieren inventar un invierno, justo cuando florecen los jardines.
Si Alex se anima podría filmar la segunda parte de la saga. Le propongo el nombre: "Crimen prefecto, en grado de tentativa". El argumento está, falta el guión y que haga un buen casting. Va a encontrar varios postulantes locales.

martes, 2 de octubre de 2012

El nombre

"Señores yo estoy cantando
lo que se cifra en el nombre"
Jorge Luis Borges


Fue un lamentable error. Así se justificaba el padre cada vez que, asombrados, los interlocutores le preguntaban por qué había elegido ese nombre para el primogénito. Un nombre que le marcó la vida y lo guió hacia un destino impensado.
Don Roberto Cos, el papá, siempre quiso ser médico. O matemático. Cuando comenzó su noviazgo con Florencia Quíos, ambos tenían 17 recién cumplidos, se dijo que la conjunción de los planetas (Roberto creía en esas boludeces) le ratificaban su vocación. Ella tenía el nombre de pila de la enfermera más famosa de la historia: Florencia Nightingale. La primera vez que lo charlaron salían del telo y estaban exultantes. Él le propuso que se casaran y si tenían un hijo varón le pondrían Hipócrates. Venían los dos de familias muy humildes y habían dejado en el camino el frustrado intento de ingresar a la Facultad de Medicina. Sus trabajos eran incompatibles, por horarios y costos, con los estudios universitarios.
Pero llegó el varoncito. El parto, natural y el bebé, sanito. Fue Roberto quien hizo el trámite de inscripción en el Registro Civil. Había averiguado que su apellido coincidía con el nombre de la isla griega en la que nació Hipócrates, el paradigmático médico del Siglo de Pericles. Y que el de Florencia también remitía a otra, en el Mar Egeo, cerca de la frontera con Turquía, donde había venido al mundo el otro Hipócrates, el matemático del siglo V, antes de nuestra era, y que descifró la cuadratura de la lúnula. Estudió y aprendió a explicar que la intersección de dos círculos superpuestos se llama, precisamente, lúnula. Estaba cantado, su hijo se llamaría Hipócrates Cos Quíos.
Dicen los testigos del despropósito que ninguno de los participantes del momento en cuestión resistían un dosaje alcohólico. Ni el padre, ni esos testigos. Ni siquiera el funcionario público. Todos se sumaron al agasajo que Roberto Cos llevó en envases del mejor Malbec mendocino. Tal vez a eso haya que atribuir el error. El niño fue inscripto como Hipócritas Cos Quíos. Y quedó marcado para toda la vida.
Ante la pila bautismal ocurrió algo parecido, pero esta vez el descuido del sacerdote tuvo que ver con el escote de la joven madrina. El cura tenía los cuatro sentidos (el quinto, el del tacto, le estaba vedado en público) puestos en el canal que separa los pechos de la morocha. Obviamente, para él el nombre del niño (y el de la muchacha también) era un detalle apenas.
Hipócritas creció, hizo una primaria a los saltos (sus compañeros lo llamaban Hipo) y en la secundaria empezó a sentir que su nombre le indicaba un destino manifiesto. Cuando estuvo en condiciones legales de pedir la intervención judicial para corregir su identidad consideró que valía la pena probar cómo resultaba la vida llevando ese nombre.
Te la hago corta. Se recibió de ingeniero en Ciencias Administrativas y Financieras. Hizo el master respectivo en una universidad norteamericana que le costó cincuenta mil dólares, como usted ya sabe. Hipócritas se hizo empresario, escaló posiciones hasta asumir como CEO de una multinacional energética. Sus remuneraciones alcanzaban cifras tan interesantes que le permitieron efectuar donaciones suculentas a instituciones benéficas, religiosas y laicas, e incrementar su influencia en los círculos cercanos al Poder. Sincero hasta la exageración, rechazó la propuesta de ser legislador nacional en una lista del Partido Progresista Reaccionario, agrupación política de abolengo. Desistió porque la única exigencia de sus líderes era que debía mutar su nombre, de Hipócritas a Transparencio. Lo consideró de mal gusto, pese a que ese nombre tenía reminiscencias rurales.
Hipócritas Cos Quíos es un ciudadano modelo y aspira, como todo cristiano debidamente bautizado, a tener una descendencia que le garantice una vejez apacible y el reconocimiento eterno de los pobres de su patria ante tanta filantropía.
Sin embargo, se lo ha visto cabizbajo a don Hipo últimamente. Según sus allegados más íntimos la razón de esa depresión hay que buscarla por el lado de sus hijos. Es que Egea y Jónico se recibieron de médicos con excelentes notas y recién graduados comenzaron a trabajar en zonas marginales de su ciudad, cuidando la salud de mujeres, niños y ancianos Todos feos, sucios y malos.

lunes, 1 de octubre de 2012

La aristocracia del barro


A la comunidad educativa de la Escuela "Fuerte San Carlos"

"Tránsfugas independientes,
mejorando a los presentes"
Joan Manuel Serrat


El sol abrasa y abraza. Son casi 200 chicas y chicos de una escuela que, en más de un sentido, tiene las puertas abiertas. A sus espaldas está el Fuerte propiamente dicho, fundado hace 240 años, dato que lo convierte en el emplazamiento más antiguo de la zona. Me miran con esa mezcla de curiosidad y avidez que los adolescentes llevan pintado en el rostro. No entiendo y me asusta tanta expectativa. Se supone que Daniel y Laly, el director y la profesora de Comunicación Social, quieren que les cuente a los jóvenes reunidos mi experiencia vital, cómo superé (si es que) la discapacidad motriz congénita y, sobre todo, tienen la fantasía de que pueda trasmitirles aquellos momentos maravillosos en los que fui sembrando relaciones y cosechando amigos eternos, como Mempo Giardinelli, Liliana Herrero y León Gieco, entre varios, muchos más, gracias a este trabajo apasionante de leer, ver y escuchar a nuestros creadores populares.
Enmarcada entre cuecas, gatos y tonadas la conversación se hizo fluida. Dicen que a más de 100 kilómetros al sur de la ciudad de Mendoza el frío del invierno es cruel. Imagino a varios alumnos recorriendo el trayecto desde su casa a la escuela entre la escarcha y el barro de esas mañanas gélidas. No, la verdad es que no alcanzo a imaginarlo. Sé, sin embargo que allí estaban, curtidos por los vientos de la inclemencia, habitantes del país profundo, el interior del interior, curiosos y preocupados por saber y conocer, opinando acerca de la posibilidad, su posibilidad, de poder votar en las próximas elecciones o cumplir con la vocación de ser profesora de Matemática, por ejemplo.
No me sentí como en familia, como es de estilo decir en estos casos. Me sentí entre gente sencilla, querible, sin dobleces ante un desconocido. Y me sentí con la responsabilidad de no dejarles la impresión del citadino que viene a contarles la precisa. Al contrario, tengo puesta la remera que me regalaron con el logo del colegio y me siento un condiscípulo de esos jóvenes.
A varios miles de kilómetros de allí, un día antes, un grupito de nenes de papá, a razón de más de 40 mil dólares anuales, fueron la herramienta útil de una operación más de desesperación política. La Universidad de Harvard se llama así desde el 16 de marzo de 1639, aunque había sido creada tres años antes por el clérigo homónimo. Tiene 9 Facultades y ha dado 43 premios Nobel y 47 Pulitzer. Son la aristocracia académica mundial. De sus claustros salieron Barack Obama, Mark Zuckerberg, Rubén Blades, Felipe Calderón y varios personajes más, a lo largo de sus 373 años. Pero como tantas cosas y tantos osos de peluche comunicacionales en estos tiempos luminosos ya no es lo que dicen que era.
El medio pelo argentino sigue teniendo cierto patrón cultural que podría resumirse así: todo lo de afuera es mejor. Y si es de Estados Unidos o Europa, mucho mejor. Tener un hijo que pueda ostentar el diploma de un centro de estudios de Yanquilandia en la pared principal de la oficina del edificio que construyó papi, es el sueño de un empresario prototípico de cierta burguesía careta nacional.
No quiero generalizar porque conozco a brillantes jóvenes graduados en universidades norteamericanas que hoy suman su talento por un mundo más inclusivo y un país más justo. Pero lo visto en la conferencia en Harvard, que tuvo a Cristina Fernández como protagonista, mostró la decadencia de ese reducto de cuadros del neoliberalismo tardío y, a su vez, lo dicho al comienzo de este párrafo: las preguntas de los latinoamericanitos mimados por la derecha vernácula fueron una secuela del cacerolazo del jueves 13 de setiembre en la ciudad de Buenos Aires, en Mendoza, en Córdoba y poco más. En suma (o en resta), una operación orquestada a través de las redes sociales, con la batuta de esa orquesta marcando el compás para ejecutantes de un desnivel alarmante. Al punto de que, a las pocas horas de finalizado el show, ya se conocía el prontuario político de uno de los cacerolos mediáticos de esa noche.
Los muchachos y las chicas de San Carlos, Mendoza, están en marcha. Avanzan por caminos, a veces polvorientos, otras embarrados, pero nunca han recibido a Domingo Cavallo para que les cuente cómo hacer para destruir el aparato productivo de un país, o para mandar a sus científicos a lavar los platos, o para enseñarles cómo besar los fundillos del pantalón de los patrones de la timba financiera global. Y se les nota.
Si la gendarmería de la lengua española, admite que el término "aristocracia" tiene, al menos, dos acepciones: "Clase noble de una nación, una provincia, etc." o "Clase que sobresale entre las demás por alguna circunstancia" y si le quitamos toda connotación discriminatoria al concepto sociológico de clase y entendemos la nobleza como esa actitud humanista de toda gente buena, podemos, debemos elegir.
Harvard fabrica gerentes. Esta escuela pública argentina construye ciudadanía.
Sus alumnos son, orgullosamente, nuestra aristocracia del barro.