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viernes, 10 de julio de 2015

La impotencia de llamarse Ernesto

"Silencio porque una palabra muda
es más que una palabra hueca"
Jorge Fandermole


El Senado de la Nación trataba el proyecto de ley del Ejecutivo que establece la movilidad de las Asignaciones Familiares, Universal por Hijo y por Embarazo. Como había escuchado y leído que se aprobaría por unanimidad o casi (tuvo, en efecto, sólo la insólita abstención de la pintoresca cordobesa Norma Morandini) le propuse a Mario Ávila, el productor del programa, que contacte al senador Ernesto Sanz para conocer su opinión al respecto. El diálogo fue el que sigue:
-Mario Ávila: Senador, buenas tardes. Le llamo desde Radio Nacional Mendoza para conocer su opinión y la del radicalismo respecto del proyecto que están tratando en este momento.
-Ernesto Sanz: Como no, con mucho gusto.
-M.A.: Gracias, lo dejo en línea. Va a hablar con el periodista Julio Rudman.
-E.S.: Ah no, con Julio Rudman no hablo.
Y cortó.
Varias sensaciones. Primero, estupor. Después, indignación. Y por último, pena, por él, los oyentes y las instituciones democráticas. No conozco personalmente al senador nacional por Mendoza, pero es mi representante, uno de ellos, aunque no lo haya votado, porque, a diferencia de los diputados, cuya banca es partidaria, los miembros de la llamada Cámara Alta son delegados de las respectivas provincias. Además de Sanz, también Adolfo Bermejo y Laura Montero son los mendocinos allí. Sanz y Montero son dirigentes de la Unión Cívica Radical (la señora es flamante vicegobernadora electa de la provincia cuyana) y Bermejo pertenece a las filas del Frente para la Victoria y viene de perder las elecciones ante Montero y el radical macrista Alfredo Cornejo (¡Qué feo suena!).
En mayo de 2012 Sanz cometió aquel exabrupto que aún hoy nos revuelve el estómago. Declaró que "en el conurbano bonaerense la Asignación Universal por Hijo se va por la canaleta del juego y la droga". A los pocos días, a raíz de la reacción de buena parte de la sociedad, don Ernesto pidió disculpas, pero ya era tarde, quedó su provocación clasista impregnada en la historia. Escribí, por entonces, mi modesta diatriba ante el sincericidio del sanrafaelino. Comparé ese insulto a los pobres de la patria con el pérfido "¡Viva el cáncer!" pintado en los muros del odio durante la agonía de Evita. Nada más. Si esa es la razón de su reacción actual más de la mitad de la población estaría impedido de debatir con él, pero no, no creo. Por eso no entiendo la negativa del legislador. Sobre todo teniendo en cuenta que él es precandidato presidencial y se supone que del diálogo y el debate se alimenta un político si quiere dirigir los destinos del país. Por ahora sólo conduce los destinos de un Partido centenario, popular y democrático que, bajo su batuta le ha alquilado la estructura a los pérfidos herederos del menemato.
Fracasada esa gestión, de inmediato llamamos a la senadora Montero y el diálogo fue normal. Le pregunté, me respondió con simpleza, civilizadamente, y punto. El programa continuó y seguimos haciendo lo de siempre, periodismo.
Ojalá se entienda que no es una cuestión personal. Él, y cualquiera, puede elegir con quién hablar o no, pero Ernesto Sanz es, como ya dije, un político presidenciable y me duele imaginarlo en la cúspide del poder. Sí, ya sé, él se dedica al negocio inmobiliario. Acaba de alquilar el partido que dirige a la empresa del inquilino de la Ciudad Autista de Buenos Aires (C.A.B.A.), el gerente Mauricio Macri y asociados.
Ernesto es, para mí, un nombre potente y con historia. El Che se llamó Ernesto antes, mucho antes de ser el Che para siempre. Hemingway, escritor a pura potencia, se llama así. Uno de mis más sólidos y queridos amigos lleva el nombre como estandarte. Laclau, faro filosófico de estos días. El Flaco Suárez, actor y maestro de la cultura artística mendocina. Si hasta se me ocurre que para hacer una síntesis de época podría ponerle a una mascota o a un sobrino, Ernéstor. En fin, potencia y afectos que me disparó la actitud del senador abyecto.
En 1895 Oscar Wilde escribió la última de sus comedias. Retrata a la sociedad victoriana y decadente de Inglaterra. Se la conoce como "La importancia de llamarse Ernesto", pero su título original se puede traducir como "La importancia de ser serio" (es el juego de palabras entre Ernest y earnest en inglés). En serio, Sanz es más potente como destructor de trayectorias políticas que como hombre de la democracia. Es, me parece, un claro ejemplo de impotente ideológico. Y de paso, pobre, se llama Ernesto y me recuerda a su homónimo de la comedia de Wilde. Aquel Ernesto era falso, ficticio, apenas un hermano imaginario de John, el protagonista de la obra.
Ah, por supuesto la negativa del senador nacional a dialogar conmigo ya fue incorporada a mi Curriculum Vitae. No todos los días uno recibe tan magnifico espaldarazo a su trabajo.