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lunes, 29 de febrero de 2016

Roedores

Son ecuménicos y globales. Se reproducen según un código genético milenario. Hay especies o subespecies benignas y malignas. La lucha por su supervivencia es inagotable y, por ahora, van logrando zafar de la extinción. Aunque nunca se sabe, como dice mi amigo Luis cuando le pregunto si terminó de escribir su libro de poesía ya publicado.
Para infiltrarse en los hogares no piden audiencia y una vez que toman posesión de su hábitat comienza una lucha sin cuartel para defender la ocupación. No hay tregua ni protocolo válido que reglamente la batalla. Es a muerte. El último episodio que me tuvo de protagonista beligerante duró, vaya coincidencia, 22 minutos exactos. Ellos huyeron y, por lo tanto, mi victoria fue incompleta. No pude matarlos ni demostrarle al mundo, a mí mundo, que estábamos ya libres del peligro de sus contagios, sus mugres, sus infecciones y su asco. Por eso, mientras el combate estaba en su momento más frenético, no hubo sonrisas y si un fotógrafo, digamos un buen fotógrafo como el Coco o Sergio o Juan Pablo, hubiesen dejado testimonio gráfico de la tarea, mi rostro aparecería como si el día anterior la fiebre me hubiese dejado frente a frente con Durán Barba.
Me ocupo de investigar. Con sorpresa descubro que se incluyen algunos que no imaginaba. Las ardillas, por ejemplo, o los puercoespines. Animalitos mansos parece, salvo que uno los amenace o los ataque. Roedores simpáticos, personajes de documentales y dibujos animados. Recuerdo un grupo musical, "Las Ardillitas", que cantaban para que niños y niñas sufran con sus voces agudas, distorsionadas y ridículas y su fonética incomprensible. Pero supe de ratones, ratas, tamias, castores, hámsteres, jerbos, conejillos de Indias (y tan identificado que me sentí varias veces en la vida), lirones, marmotas, tuzas, ratas canguro (ideales para jugar a la rayuela, Cronopio querido) y ardillas voladoras africanas. En fin, estos animalitos de Dios, como dirían los creyentes y los Franciscos (el de Asís y el de Macrilandia), se volvieron bípedos en estos tiempos y en estos mapas en los que cohabitamos como si no pasara nada.
Y las ratas y ratones, los roedores de traje y glamour, tomaron el Poder por voluntad y elección de marmotas y ratas canguro, de lirones acunados por el canto mentiroso de predadores maquillados para brillar en cámara. Y, para nosotros, las potenciales víctimas de fiebre hemorrágica o leptospirosis por su culpa, el asunto es jodido, muy jodido.
Ante los hechos consumados sólo queda desratizar, pero cómo es la pregunta. Si yo desratizo mi hogar y siguen pululando en las casas vecinas, si cuando cruzo la calle en pleno centro de mi ciudad una de ellas pasa entre mis piernas sin inmutarse, si en los pasillos y los baños de las Casas de Gobierno se animan a confabular decretos y cesantías, si viajan a sedes santas y non sanctas y a reuniones bursátiles en aviones oficiales, si convocan a la prensa para justificar a sus tías, sus hijos y a las madres que los parió, entonces la campaña de fumigación no puede ser individual. Porque entonces ya no soy yo. O, más claro aún, yo soy nosotros o no soy nada.

jueves, 4 de febrero de 2016

Una sílaba menos

Desde muy joven se definió como una persona gresista. Creyó en ese asunto de la dictadura del letariado y nunciaba discursos largos y fundos ante auditorios de chicas vocativas, con pechos tuberantes y caderas digiosas. Siempre supo que la defensa irrestricta de la piedad privada era el principal emblema de las puestas de la derecha reaccionaria de nuestra sociedad. Pero no hace mucho empezó a tener estos blemas de nunciación. Era fresor de Literatura, más penso a leer sa que poesía. La ficción se apió de él de pequeño y muy nto la adoptó para ser en el mundo.
Se estaba cepillando los dientes y lo vio. La marca del cepillo y el tubo del dentífrico lo espantaron. Le dujeron una tristeza honda, oscura. Lo comentó con su metida, esa novia cariñosa y tierna con la que yectaba casarse el invierno ximo.
Ante la anomalía ella le puso ir al médico. En su familia tenía varios fesionales del arte de curar. Él descartó de plano ir a lo del doctor Fumo, un ctólogo minente. Argumentó, con acierto, que ya le habían metido el dedo en el culo en diciembre y que, bablemente, ese era el origen de sus blemas. Además, descartó que su stata funcione mal.
Cuando le nombraron a ese doctor que él conocía abó la elección y avechó la ocasión para pedir un nóstico serio, sin eufemismos fesionales. Desvisto de ropa lo revisaron de punta a punta. El nóstico era confuso. El fesional quedó perplejo y confesó que era bable que su blema fuese psicosomático. Como aquel asunto que tuvo a maltraer a Marínez Estrada durante el peronismo. Para él, en cambio, esa sílaba se le clavó como una tesis obiosa. Le confesó que sentía su vida como un obio, como una stituta explotada por su cafiso.
En la interconsulta fesional combaron que el blema no era fundo. Sólo un tipo de rechazo visceral a cierto discurso y la imposibilidad natural de abar despidos, represiones y demás injusticias recientes.
Si todo va bien, si no se agregaban nuevas tuberancias malignas al tejido social usted volverá a nunciar esa sílaba hibida dentro de unos años. Aximadamente en cuatro.
Es que yo extraño el yecto nacional y popular, dijo.
Ese es su blema, contestó el médico, y le puso que se fueran juntos a tomar un cafecito. Una invitación para nada tocolar.