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jueves, 1 de septiembre de 2011

Excelencia profesional

  "Lo que se cifra en el nombre"
  Jorge Luis Borges

Sus dificultades comenzaron desde pequeño. En el barrio no sabían cómo llamarlo. Era un pibe amable, cariñoso, lleno de rulos y con lunares, los que le daban un aspecto de vaquita de San Antonio que, como se sabe, siempre despierta ternura y una natural tendencia a la protección. La cuestión es que, ante la dificultad para nombrarlo, le dijeron Cacho.
Pero Cacho no es Cacho. Cuando ingresó a la escuela tuvo su primera dificultad seria. El día de la inscripción a primer grado la gorda Eufemia, administrativa de la Escuela "Rudecindo Aristigueta", se enojó con la tía de Cacho (su madre, avergonzada, se negó siempre a participar de los trámites) porque creyó que le estaba tomando el pelo. La pobre tía Ausencia, así se llama, mostró el certificado de nacimiento y, a regañadientes, el pseudo Cacho ingresó al sistema educativo. Hizo una primaria relativamente normal y en paz. Para eso contó con la solidaridad y comprensión de la directora del establecimiento que, por esas cosas de la vida, también llevaba un nombre y apellido, por ser cautos, originales. Se llamaba Antes Después. Sí, aunque usted piense que soy un fabulador. Le explico. Antes era hija de un marinero caribeño que, como ocurre todavía en esas playas, le ponen nombres insólitos a sus hijos. Y éstos, por inercia o por no malhumorar a sus padres, continúan con la tradición. El marinero en cuestión no sabía, no recordaba, si había engendrado a la futura directora antes o después de una borrachera monumental que terminó en encamada fértil con quien sería su compañera de toda la vida. De ese coito etilizado nació la niña y ante la duda (y para no ponerle Duda, precisamente) le pusieron Antes Después del Vino, que es el apellido del amnésico naval. En fin, volvamos a Cacho, ya entrando en la edad de las espinillas, el burbujeante camino de las hormonas en actividad, el futbol, los bailecitos y las minas.
No pegaba una. Estuvo enamoradísimo de Clotilde, nombre que a él le parecía sublime, pero ella no quiso pasearse del brazo de un pibe, un muchacho ya, que escondiera su DNI por vergüenza. Usted vio, hay mujeres muy detallistas.
Ingresó a la universidad para estudiar periodismo, persuadido de que el rechazo social lo arrinconaría en la soledad y la soledad le permitiría dedicarse a la lectura de los mejores. A propósito, Soledad, ese nombre lo conmovía.
Lo logró. Se recibió, sin honores, en estado de medianía intelectual. Si no pasó inadvertido durante esos años fue por su marca identitaria. Los grupos anarquistas de la Facultad lo acogieron como uno de los suyos. Es que la confusión viene de lejos. Los padres fundadores del movimiento solían ponerle a sus cachorros nombres como Insurrecto, Comunardo, Ácrata y el suyo no desentonaba.
Empezó a laburar en una revista alternativa y allí le decían Línea Punteada. Ahora le cuento, no se impaciente. Resulta que para cualquier trámite (transferir un vehículo o comprar una casa, registrarse en un hotel, sacar un pasaje aéreo, un documento de identidad, cosas así, tan cotidianas) a cualquier persona le hacen poner apellido y nombre, o viceversa, sobre una línea punteada y, aquí revelo la incógnita, el tipo se llama Nombre Apellido.
Imagine solita, para eso no me necesita, las dificultades de todo tipo que tuvo el tipo a lo largo de su vida.
Hasta que un golpe de fortuna, de esos que cualquier ser humano necesita y espera con ansias, lo hizo saltar de revistas y pasquines marginales al pasquín mayor del país.
En la edición del día 30 de agosto de este año, en la Sección Política de Clarín, aparece un artículo dedicado al análisis del triunfo del reelecto gobernador de Tucumán, José Alperovich. La nota está firmada por nuestro héroe, Nombre Apellido. Para ratificar que es él y no un impostor se agrega la dirección de su correo electrónic, a saber napellido@clarin.com .
Como se ve, un caso de excelencia profesional.

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