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martes, 24 de noviembre de 2015

El cepillo que habla

¿De dónde salió ese asunto de que el pueblo nunca se equivoca? Los que me conocen saben que lo sagrado y yo nos llevamos a las patadas. ¿Acaso el pueblo tucumano no eligió gobernador por voto popular al genocida Antonio Domingo Bussi en 1995? ¿O al comisario torturador Luis Abelardo Patti, intendente de Escobar, Buenos Aires, en el mismo año con el 73% de los votos? El pasado 25 de octubre la Perla del Atlántico, Mar del Plata, coronó por sufragios a Carlos Arroyo, un nazi confeso, como alcalde. Con perlas así quién necesita joyas.
El pueblo argentino no es culpable de haber entronizado a un ignorante y corrupto en la Casa Rosada, pero sí de haber equivocado el rumbo. Al menos una parte de importante. Es simple, un pueblo es la suma de seres humanos que tienen identidades comunes. Y, por definición, los seres humanos somos falibles. Incluido el Papa, mal que les pese a mis vecinas de misa semanal.
Tengo más bronca que tristeza. Más preocupación que desasosiego. Es que el gerente electo y sus secuaces avisaron. Esta vez, a diferencia del riojano innombrable, hubo preaviso. Le dijeron que las paritarias eran un instrumento fascista. Que los subsidios al transporte y demás servicios públicos iban a caer. Que las tarifas de gas y luz, por ejemplo, van a incrementarse entre 250 y 500%. Que las Malvinas son un gasto presupuestario innecesario (A propósito, la primera carta de felicitación extranjera que recibió Macri la enviaron los kelpers). Que iban a hacer pelota el plan Precios Cuidados. Que el dólar costaría 15 mangos. Que se podría importar chupetines de Zimbabwe y sillitas de Burubdi. Que el salario es un costo y había que bajar los costos. Que no servía crear tantas universidades, públicas, se entiende. Que iban a reprivatizar YPF, Aerolíneas, el fútbol, los aportes jubilatorios. Pero "redepente", como decía Niní Marshall, dieron vuelta el discurso y se desdijeron. Me hizo acordar a aquel dirigente sindical cervecero que, sin espuma en los bigotes (porque no usaba), declaraba: "No somos ni yanquis ni marxistas sino todo lo contrario". Algo así hizo Capriles en Venezuela hace algún tiempo, pero perdió con todo éxito. En cambio, nuestro Macriles ganó.
El asunto es que ya está. El candidato que fue vendido como un cepillo de dientes ("Use cepillos PRO, señora. PRO le deja la sonrisa como la de Susana Giménez, le da aliento por más horas, lo puede llevar en la cartera y sus cerdas acarician las encías como una mano maternal. Con PRO usted se sentirá una lady de Hollywood. PRO, un embrujo para siempre") y la mitad de la ciudadanía que tiene dientes, propios o no, compró.
Empieza a sentirse el olor nauseabundo del odio, el ataque a las Madres y Abuelas, el pliego de condiciones para reivindicar a los genocidas. Empieza a despertarse, por eso, el músculo de la resistencia. Ese que nos enseñaron en el 55 y que nos permitió sobrevivir desde el 76 al 83 al amparo de la dignidad envuelta en pañales y pañuelos.
Los que nos enamoramos de la inclusión humana jamás nos resignaremos a la pestilencia del odio. Y mucho menos si viene de la mano, la boca y las entrañas de un cepillo de dientes que habla.

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