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martes, 16 de agosto de 2011

Patrones comunes

 "El infierno son los otros"
 Jean Paul Sartre

Sé que ella pidió no humillar a nadie, pero nunca está de más recordar de dónde venimos, quiénes nos llevaron a ese lugar de donde venimos y, sobre todo, cómo fue que salimos de esas catacumbas morales y transitamos este empedrado camino que, a veces, nos deja ver flores a los costados y otras veces nos pone clavos oxidados en los pies.
Ya han pasado varias horas de los comicios. Raros, nuevos, sin que se eligiera a nadie para ningún cargo ejecutivo o legislativo. Apenas una eliminatoria para el encuentro de fondo (no hay caso, aunque lo intento, no puedo evitar la metáfora deportiva. Perdón, pero la otra que me sale tiene reminiscencias médicas, por eso de la temperatura social, el termómetro y los supositorios).
Entonces, después de haber disfrutado de Feinmann, Aliverti, Pressman, Russo y sus decires, déjenme visitar algunas escalas del viaje hacia octubre, acompañando a estos pasajeros de su propia pesadilla, por estricto orden de llegada.
Alfonsinín espera, dijo, bandera negra. Mi querido cómplice periodístico Sergio Peralta escribió por allí que tal vez el usurpador de trajes y sillones paternos haya querido referirse a la bandera a cuadros negros y blancos que, precisamente, el banderillero baja cuando un bólido (sí, leyó bien, no dice bóludo) llega a la meta en una competencia automovilística. Aunque no soy un experto, parece ser que la bandera negra aparece cuando un competidor ha cometido una falta grave y es eliminado de la carrera. O sea.
No es la primera vez que el efímero locador del partido radical (el locatario, el que alquiló los despojos del alfonsinismo, es tatuado y colorado) mete la pata. Sus militantes produjeron un spot vomitivo para internet (ver en Youtube o Google "Yo voto a Alfonsín") y él mismo pidió la renuncia del juez de la Corte Suprema de Justicia, Raúl Zaffaroni. Un papel grande, es decir, un papelón.
Que pase el que sigue. Ahí, cerquita, a mil quinientos votos de distancia de Little Richard y a siete millones setecientos mil de Ella, está el marido de Chiche, un juguete del destino que alguna vez intentó hacernos participar de la guerra entre bandas de los noventas. Prometió darle un susto al oficialismo. Como no fue explícito quiero creer que no se refirió a sufragios precisamente. Y como, además, él "quiere a Videla" y lo acompaña en sus tribulaciones Cecilia Pando, y Abel Posse lo ama y él a él, y como los milicos de la Antártida lo hicieron ganador de los fríos y como todavía duelen Kosteki y Santillán y como con él tuvimos "la mejor policía del mundo" y Graciela Camaño y Luis Barrionuevo son su gente de confianza y el Momo Venegas y mucho facho, macho, mucho facho lo sigue, he resuelto que, al menos en mi caso, voy a tomar esa frase como amenaza. Sobre todo, porque cuando la dijo tenía puesta esa sonrisa que me hizo acordar a los malos actores que hacen de malos en los westerns yanquis.
El hermético médico santafesino es el que más simpático me cae. Pienso que su racionalidad es buena para el momento que vivimos. Pero es tan anodino, tan abstracto, su discurso es tan generalizador que, a veces, parece estar diciendo cómo me gustaría ser oficialista, pero no me dejan. Su prédica en favor de la niñez, los derechos humanos, los jubilados, los desamparados, podrían ser suscripta por cualquiera de nosotros. Pero tiene un inconveniente, son avances sustanciales pero insuficientes todavía que llevan un sello que dice: "por eso, precisamente por eso, más de diez millones de personas votamos por Ella". De todos modos, deseo fervientemente que sea él y no los mefistos anteriores y posteriores de este textículo quien acompañe nuestros pasos en los próximos cuatro años. Sería un buen síntoma, doctores, de salud social.
Del Alberto no me ocuparé demasiado. Los extraterrestres nos dejaron un personaje spielberiano que vive y gobierna su feudo "a mil doscientos metros sobre el nivel del mal", como alguna vez me dijo Eduardo Belgrano Rawson.
En el reparto, llega la hora del delirio. Después de brindar material para una "Antología psiquiátrica del Despropósito", se paró frente a las cámaras y reconoció que está triste. "Yo soy la razón de la derrota", dijo la mística rubia de la Coalición Cínica, ratificando dos cosas. Que es cínica, efectivamente. Y que es su sinrazón, su desvarío patológico, lo que la llevó a dilapidar un capital electoral importante y arrastrar a un conjunto de gente valiosa, obnubilada por el mesiánismo enfermo de una miserable profeta del odio.
Después están los otros. Jorge Altamoria, como brillantemente lo apodó Feinmann, logró destapar la gaseosa Rial-Cola y en la tapita leyó: "Seguí participando". En buena hora. No hace mucho, el pobre PO apostaba solamente a la insurrección popular porque las elecciones eran una trampa de la burguesía. Parece que ya no, parece que acostarse con Moria en TV o recibir milagros mediáticos es ahora muy bueno para llegar al socialismo y hacer que el proletariado tome el poder. Eso sí, sigue su prédica contra el Partido Comunista, olvidando que cuando uno crece no sirve echarle la culpa de sus cagadas a los padres.
Todos tienen un patrón común: son autistas políticos, adoran su ombligo y parecen vivir en un tubo (catódico, quizás).
Y un Patrón común, el CEO de Clarín.

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