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domingo, 22 de julio de 2018

Irrumpieron en casa

Ya no usan uniformes ni se presentan con un arma en la mano. De golpe, mientras afuera la realidad parecía la de un día más, llegaba la dama del rostro como pico de buitre y un penacho de plumas blancas en su cabeza, las redes sociales abusaban de los festejos mercantiles de la amistad y el sol trataba de vencer a las nubes tóxicas de la hegemonía mediática; mientras nos preparábamos para vivir un fin de semana entre abrazos nutritivos llegó el Fondo Monetario Internacional a nuestra familia.
El cartero dejó la carta documento, esperó la firma de él y partió. Misión cumplida.
Después de diecisiete años de trabajo fecundo, honesto, intachable mi yerno fue despedido sin causa por la empresa. No, sin causa no. Por causa de los millones de irresponsables que decidieron que una cadena nacional en televisión era más importante que un puesto de trabajo. Que los desaciertos de gestión tenían más peso que el bienestar de mi hija y mis nietos. Que cada bolso de López debía aplastar el techo del hogar de Leandro, Laura, Manuel, Alejo, Lula y Paspartú construido gracias al esfuerzo de un Estado que les permitió concretar el sueño de la casa propia a través de esa maravilla sustantiva que se llamó Pro,Cre.Ar.
Simios les llamó el arquitecto de la inmoralidad a los votantes argentinos. Pero puedo entender el tropezón de origen, el de 2015, aunque ya me costó digerir la imbecilidad de octubre de 2017. Ahora, que hoy alguien (vecino, colega, pariente o cualquier trabajador o trabajadora, jubilado o en actividad) siga justificando ésto ya me supera. Y ojo, no es catarsis lo mío. Estuve dudando si escribir y hacer público mi sentir y pensar. Porque Leandro saldrá de la coyuntura. Es, además, un fenomenal escultor, dibujante y hacedor de muebles, fuerte, física y moralmente, pero el deterioro general, las humillaciones cotidianas, las mentiras descaradas y el estado en que quedará nuestra sociedad, aun aquellos que son hoy responsables del descalabro, nos marcará la vida para siempre.
Hasta ayer me negué al odio. Tengo, tenemos, impregnada la consigna de que el amor lo vence.
La irrupción de la carta documento que dejó sin trabajo a Leandro me convenció de que necesito odiarlos para recuperar el amor por las víctimas.

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