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viernes, 20 de agosto de 2010

Es la esquina

La Bodega del Diablo
No es el café. Es la esquina. Alguna vez fue, si, un café. Se llamaba Bomarzo, era propiedad del Julio “Negro” Castillo y el Gringo Embrioni había pintado en el interior un mural, en la pared norte, que era algo así como el ombligo bohemio de Mendoza. Se murió el Gringo y, con esa facilidad para el olvido y la desidia que padecemos desde siempre los lugareños, también murió el mural, a manos de la sacrosanta decisión de los nuevos dueños y de los innobles derechos que da la propiedad privada.

Más o menos por esa época empezamos a frecuentar la esquina. Rivadavia y San Martín. Imperceptiblemente nos fuimos quedando. El asunto es en sábado. Salvo que caiga navidad, año nuevo, primero de mayo o carrusel vendimial. Esos días son fiestas de guardar y nos guardamos. O despelote turístico y tradicional. Y el turismo nos encarece la vida y la tradición nos da exactamente en medio de los testículos.
Me cuesta mucho explicar qué hacemos en la mesa de café porque, en realidad, no hacemos nada, que es como debe ser. No cerramos negocios, aunque al Gordo Levy le encantaría. No levantamos minas, aunque a todos nos encantaría. No dirigimos ningún equipo de fútbol, aunque a mí me encantaría. En fin, nada útil. Aunque ahora que lo pienso, nada más útil que no hacer nada útil después de haber soportado durante la semana discursos públicos, directivas privadas, sermones íntimos y otras formas de la civilización.
Algo debe tener esa mesa para que dure lo que dura y para que se hayan acercado a nosotros miembros dispares de nuestra fauna autóctona. A algunos los incorporamos con júbilo y sin ceremonias. A otros, simbólica patada en el orto.
Laura, mi hija, nos permite cumplir con el cupo femenino, y Manu, mi nieto, le pone la cuota infantocontagiosa.
Somos más poderosos que los gobiernos. Ellos pasan, nosotros vamos siguiendo. Cada gobierno que nos toca en mala suerte es un ingrediente fundamental que nos alimenta el sarcasmo y la ironía, nuestra materia prima, casi hermana. Por eso votamos por candidatos amigos, porque estamos seguros de que jamás van a ser gobierno. O, como Luis, que vota en blanco para no pifiarle.
Vengan, serán recibidos sin aspavientos. Pero un cruce de miradas entre nos, nos dirá si —parafraseando al Nano— son buena gente que camina y va perfumando la tierra.
Háganse cargo.

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